Prólogo al libro "Parálisis", de Vanessa Giacoman



Me llegaron rumores de la publicación de “Parálisis”, el próximo libro de Vanessa Giacoman. No perdí tiempo y la contacté, porque primero, es de las pocas escritoras en Bolivia que trabaja desde el género del terror y lo hace bien, tan bien, que se ha ganado mi admiración y respeto, detalle que muy pocas veces he manifestado a lo largo de mi paupérrima carrera literaria sobre mis otros colegas, esos tipos hechos a los serios, a los que solo les falta su té de marihuana en tazas “ecofriendly” y su chompa con cuello de tortuga para parecer docentes de Lingüística de alguna universidad privada con dueños que se creen caucásicos; segundo, porque es mi amiga y sus ideas para cuentos me hacen sentir que hay esperanza y todavía mucha vida para este género tan visto con desdén por los críticos y los que se creen críticos, y tercero, porque como plus, en este volumen hay un par de cuentos que conocí desde que estaban en sus primeras versiones y que son auténticos ejemplos de que, con muy buen trabajo y esfuerzo, Vanessa llega a igualar a narradores contemporáneos, especializados en el género del terror, e incluso acercarse al nivel de algunos de los maestros del círculo Lovecraft.

No voy a adentrarme en cuáles son esos dos cuentos que me impactaron, pero por lo mismo, los trabajos restantes son ejemplos precisos de ese impresionismo imaginativo en donde ella combina influencias fundamentales del género, como las de Clive Barker, Howard P. Lovecraft y el mismo Lord Dunsany, y no es por hacerme el intelectual o ver en este libro cosas que no se lograrán hallar; es que realmente en el género del terror hay pocas publicaciones que logren cumplir con lo que exige el mismo género. Ya me pasó cuando leí los libros de Edgar Sandoval, Miguel Sequeiros, Eliana Soza, Hugo Revollo y Sisinia Anze, quienes intentaron entrar al mundo del terror (o congraciarse en el mismo) y fracasaron rotundamente; salvo algunas pocas excepciones, como Sandoval con “Las plagas de Huari”, Sequeiros con “El arrullo de la araña” y Revollo con “El vampiro del Chaco”, el resto es descartable desde los mismos nombres. Para escribir terror se requiere de trabajo, esfuerzo, horas frente a la computadora, nutrirse en los argumentos, potenciar las expresiones, no repetirse como los mencionados, y Vanessa logra salir triunfante de todos aquellos retos.

Personalmente, me enferma cuando, en un evento de literatura de terror, los invitados hablan de Poe y de Lovecraft como influencias definitivas y sin embargo nunca mencionan un cuento específico de esos autores, quizá porque está de moda decir “Poe y Lovecraft”, como para estudiosos filólogos el decir “Leí el Ulises” es común, o, aterrizando en este estado plurimultituttifrutti (ergo: de mestizos multicolores que no aceptan en sus pasados a las polleras, a las pieles negras o a los convenios coitales entre familias), ver que un crítico literario hecho al canónico diga: “He leído a Saenz”.

No, no es así.

En mis pocos años dentro del círculo de publicaciones dentro del género del terror, Vanessa logró que cada una de sus publicaciones, desde “El sonido de la sangre” o “Antología de las sombras”, hasta su gran recopilatorio, “Miedo eterno”, demostrara trabajo, esfuerzo e ideas nuevas. Con este libro sigue adelante, aporta y, sobre todo, sorprende, cosa que se agradece en gran medida.

Vanessa seguirá trabajando, como caballo cochero, produciendo e innovando; los demás, los que cuestionan su obra narrativa o ni la toman en cuenta, que se queden en sus sitios, como intelectuales que piensan que el género del terror no puede alcanzar el nivel caricaturesco de ciertos autores del canon boliviano que, por creerse especiales, no salen de sus temas y se repiten ya desde varios libros.

Por mi parte, me tomo una cerveza y me fumo un pucho, esperando que la sorpresita hecha “bonus track”, en la parte final de este libro, esté a la altura del trabajo de esta gran escritora.

Daniel Averanga Montiel

En la Ceja y con doble barbijo, segundo semestre del 2021. 

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