Para vivir plenamente no es necesario “sentir” todo lo que se explica en este libro, ya uno sabrá para qué se mete como Jorge el curioso a explorar ciertos recovecos que se presentan en sus páginas como claros en un bosque muy parecido al poco paisajismo que pintara Giger en vida, y es exclusivamente eso lo que me provoca escribir estas líneas, no como un amigo entusiasmado por la producción de alguien a quien conozco ya más de una década, sino por el sencillo hecho de ser testigo del crecimiento de Gaburah en el campo narrativo desde sus sensatos inicios hasta sus más profundos extremos.
Sean bienvenidos a recorrer una selección de cuentos que bien podrían ser catalogados dentro de muchos géneros, todos interesantes en la medida de lo que cuentan, pero mucho más interesantes desde la forma en que se visualizan para la mente del lector; la letra cursiva en el verbo “visualizar” no es accidental, para nada, Gaburah sabe observar muy bien a la sociedad de la cual forma parte, e incluso así, su observación logra hacernos ver como un grupo de simios amables e hipócritas que, de vez en cuando, sufre las acciones de un simio que enloquece y decide rallar la carne de sus prójimos extraños con alguna pistola heredada de algún abuelo mestizo que se creía blanco (o negro, o tan sucio como algún francés del siglo XVIII), afirmar lo contrario sería como decir que David Lynch no provoca incomodidad con sus metáforas fílmicas o que Mahler era malo solo por ser más sobrio que Salieri. Las cosas por su nombre: Gaburah L. Michelle es lo que Charles Bukowski significaba para los relamidos intelectuales que lo ignoraban y que al final pasaron desapercibidos para la historia: un grano en el culo. Y eso es bueno.
En fin, este es un paseo por los terrenos de la fantasía, de la ciencia ficción, del realismo crudo y de la crítica existencial, pero también es un safari mental, un fermentado de devaneos desde la soledad y la perspectiva de un autor ya en su etapa más cínica. Si uno entra a estas páginas con la idea de encontrar esperanza o amor o ternura, que vaya alistando vaselina, porque lo único que logrará agarrar será la desesperanza bajo la forma de un dulce chancro en el interior del muslo, cerca de la entrepierna.
Gracias por leer este prólogo-advertencia, aunque no sé para qué leer esta cosa escrita por mí, ahorita estoy en un internet y un muchacho de más o menos veinte años está jugando DOTA y a la vez se comunica (vía llamada de Messenger) con alguien en voz tan alta y aguda que me recuerda a las voces de los castrati de las películas inspiradas en el medioevo, y yo trato de buscar en internet ese vídeo en donde le han arrancado la cara y cercenado las manos a un traidor mexicano (de la misma edad que este cojudo que está a mi izquierda, que por cierto está hablando con mexicanismos forzados, sacados seguramente de los doblajes latinos de las últimas películas de Adam Sandler); así que no es el momento para desear dicha y prosperidad a Gaburah, él ya sabe que el camino de la escritura es arduo y difícil, y también está consciente del amor que se debe sentir por la literatura, amante ingrata y exigente y, sobre todo, nada empática con nuestros problemas tan nimios; así que entren con confianza y se sorprenderán de seguro por lo que lean.
Daniel Averanga Montiel.
Ceja de El Alto, agosto de 2021, al lado de (y a punto de golpear a) un cojudo que juega DOTA y habla como si le hubieran arrancado las bolas.
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