Uno de los requisitos (al menos uno de los más importantes, creo yo) para escribir un artículo sobre la historia de la novela en Bolivia es la sinceridad. Obviamente la hazaña revisionista no podrá resolverse en un artículo, e intentar hacerlo de un tirón es un claro ejemplo de presunción. Muchos estamos conscientes de los límites al respecto; no podemos condensar en un espacio reducido tanto tiempo de producción literaria junta, sin caer en regionalismos, exageraciones o generalizaciones, todos peligrosos y extremistas a su modo.
El anterior 30 de junio, la página Oxxxímoron publicó un escrito de Sisinia Anze: “Crítica: La novela boliviana”, con al menos dos mentiras en el mismo título: uno, ponerle eso de “crítica” a semejante composición, porque no abarcaba como tal al género proto-omnívoro (el denominativo de omnívoro se lo debemos a Sebastián Antezana sobre lo que se considera “novela”), y dos, porque el conocimiento de Anze para mencionar unas cuantas novelas dentro de su escrito, cual lista de supermercado dada al varón para que salga a comprar en tiempos de cuarentena, era tan pobre y poco serio, tanto o más si ella misma se incluía en dicho canon.
La nota en cuestión comienza con un concepto básico de novela y sigue con un aire de análisis en el cual Anze se resalta que, gracias a la tecnología, la literatura se ha vuelto más accesible y ha influido para que los cultores de este género acepten que están en una suerte de diáspora: escritor exitoso en redes es buen escritor, nos parece decir (como si los likes garantizaran calidad narrativa).
Y desde ese
punto, comienza ya el devaneo desordenado de Anze por resaltar que es una
persona leída y que merece atención. Cito el siguiente chiste:
“Tradicionalmente,
la novela boliviana ha ido proyectándose de una manera lineal y ascendente.
Según algunos críticos (Anze no menciona a Luis H. Antezana, Renato Prada o a Guillermo
Francovich, ni a los críticos actuales), éste es el momento que la literatura
boliviana empezó a alejarse del compromiso social y de la tendencia realista
para explorar otros paradigmas (...)” (SIC: oxxxi.wordpress.com).
Habría que
preguntarle a Anze en qué momento o en qué década de qué siglo, digamos, la
literatura boliviana comenzó a explorar otros territorios y se desmarcó del
compromiso social. Menciona, en ese orden: novelas de la guerrilla, novelas
satíricas, novelas sobre militancia política, las del llamado Grotesco social,
las de la post Guerra del Chaco, las policiales, las históricas, pero separa
estas categorías solamente y no menciona a las obras-hito, mucho menos a los
autores que las escribieron. Parece estar segura que las categorías que
mencionó están separadas en grupitos inexpugnables y nada más. De hecho, este
vacío se agranda más en su escrito y se nota; sería bueno explicarle a Anze que
hay novelas que pueden estar en dos o más de sus categorías, improvisadas a
causa de la premura (que no flojera) de su escritura: obras como “Rodolfo el
descreído” de David S. Villazón (Post Guerra del Chaco y satírica a su modo), “La
telaraña” de Boero Rojo (una de las primeras sobre exilio y de marcado análisis
político) o “Tierra adentro” de Enrique Finot, no son ni siquiera tomadas en
cuenta.
A partir de este
punto, el escrito de Anze se descontrola en una indisciplina marcada por el
devaneo y el aire de protagonismo: menciona, dentro de la categoría de novela
histórica, a Nataniel Aguirre, Ramón Rocha, a sí misma y, cómo no, a Homero
Carvalho en el mismo párrafo. ¿Dónde quedaron los autores del siglo XIX y los
que proliferaron grandiosamente durante las tres cuartas partes del pasado
siglo? ¿Dónde están Alcides Arguedas, Lindaura Anzoategui, María Virginia
Estenssoro, Raúl Botelho, Jesús Lara, Hilda Mundi, Yolanda Bedregal, Augusto
Céspedes, Augusto Guzmán, Julio de la Vega, Renato Prada Oropeza, Jesús
Urzagasti, Porfirio Díaz Machicao, Oscar Rivera Rodas o Arturo Von Vacano?
¿Dónde? ¡Dónde rayos están estos grandes autores! ¡Mínimo habría que sugerirle
a Anze que quite su propio nombre de su artículo para reemplazarlo por el de
Lindaura Anzoategui o María Virginia Estenssoro!
No conforme con
los vacíos de su escrito, Anze salta directamente a lo que ella denomina
“literatura boliviana contemporánea” (siglo XX y XXI), confunde “ficción” con
“ciencia ficción”, afirma que la riqueza se encuentra en los “subgéneros”,
salta de Gaby Vallejo a Carlos Medinaceli, de Adolfo Cáceres a Ramón Rocha, a
Amalia Decker, a Luisa Fernanda Siles, menciona unas dos veces más a Carvalho (cada
que Carvalho la incluye a ella en su rosca de poetas microcuentistas, me dan
ganas de preguntarle a Homero: “¿Todo bien en casa, cumpa?”) y termina mencionando
la lista de las novelas fundamentales, no sin antes lanzar indirectas de que
ella, o alguien de su entorno productivo literario cercano, será un “nuevo
clásico”.
Desordenado
análisis termina pateándose las orejas y cayendo en la pretensión más pobre y
triste de lo que uno imagina al principio. Si bien es cierto que, como yo
adelantaba al principio de este escrito, la novela boliviana, o al menos su
historia narrativa, es inmensa, ¡no es necesario escribir por escribir un
artículo solo para autoproclamarse, caray! Tamaña vulgaridad, semejante a los
resabios políticos de una Añez sin quién le diga que es buena o mínimo astuta
estratega, da pena, risa y bronca, obviamente pena y risa por una sola razón:
nadie debería tomar en serio el trabajo de Anze si va estar como quinceañera
haciendo semejantes cosas, y bronca por dos razones: uno, porque hay gente que
acepta sus escritos sin cuestionarla, y dos, porque ella misma no sabe cómo levantar
su, ejem, carrera literaria, aunque no sé si será literaria a fin de cuentas...
¿Cuál canon es al final ese que Anze nos presenta? Al parecer ella mencionó lo
que pudo encontrar en su estante, solo porque, en el fondo, ella quiere figurar,
a como dé lugar, ante la atención mediática, y esa desesperación se nota a
leguas. Y da asco porque apesta.
Si Anze afirma
que la tecnología amplía los horizontes de conocimiento de lo que tenemos en
cuanto a novela, ¿por qué no consultar en Google “historia de la novela boliviana”
por lo menos antes de caer en el ridículo? En www.ecdótica.com hay una buena
biblioteca digital de novelas clásicas bolivianas, en la página de Facebook
“Libros bolivianos en PDF” (a la que cualquiera puede afiliarse, sin ánimo de
lucro) hay estudios literarios grandiosos y algunas novelas para descargar
gratis también... Libros de análisis literario como los de Alba María Paz
Soldán, Luis H. Antezana, el mismo Renato Prada Oropeza, pueden encontrarse en
reediciones físicas e incluso en rebajas, si no, vayan a pasearse a las
librerías moribundas, que tras esta pandemia, son muchas en Bolivia. Hasta en
“Historia de Bolivia” de Carlos Mesa hay un espacio sobre cultura boliviana que
menciona novelas, años de publicación e incluso hay reseñas breves de cada
novela mencionada... ¿En qué momento le ayudó a Sisinia Anze la tecnología para
trabajar su escrito? Sé que escribir un artículo que pretenda abarcar algo más
concreto y serio no es tan fácil como hacer un microcuento con un final muy al
estilo de las tiras cómicas de Condorito, ¡pero ya, más responsabilidad pues!
No mencionar
“Huallparrimachi” de Anzoategui, “Yanakuna” de Lara, “Tirinea” o “Los tejedores
de la noche” de Urzagasti (¡carajo!), “Toda una noche la sangre” de
Recacoechea, “Los fundadores del alba” de Prada Oropeza, “Los papeles de
Narciso Lima-Achá” de Saenz, “Barriomundo” de Nisttahuz, “Río fugitivo” de Paz
Soldán, “Periférica Blvd.” De Adolfo Cárdenas, “El señor don Rómulo” de
Ferrufino-Coqueugniot, “Pilares en la niebla” de Manuel Vargas, “Y en el fondo
tu ausencia” de Rosario Barahona, “Fantasmas asesinos” de Urrelo, “Catre de
fierro” de Spedding, “Días detenidos” de Ruiz Plaza, “El sonido de la muralla”
de Urquiola, “Seul-Sao Paulo” de Mamani y muchas otras tantas novelas que son
mil veces mejores que cualquier intento de novela de Anze, es demostración
clara que, para algunos que se hacen llamar escritores, vale más autoproclamarse
y autonombrarse en escritos mediocres que ser sinceros.
Hace unos
párrafos mencioné a Arturo Von Vacano. El tipo no me agradaba, me parecía muy
odioso y dos veces (hace como ocho años) discutí con él por cuestiones
políticas y éticas hasta nombrarnos a nuestras madres y las madres de nuestras
madres, ¡pero Von Vacano escribió “Sombra del exilio” y “El apocalipsis de
Anton”, novelas potentes y superiores a cualquier “abrigo negro” de las prendas
americanas o criollas de la feria de la 16 de Julio o de La cancha!; es justo
incluirlo en los cánones como novelista y cumplir con ese requisito que, al
principio, emití como una verdad incuestionable: para escribir cualquier
artículo serio, es necesaria la sinceridad.
Ya muchos le han
recomendado al señor Gabriel Salinas (o como yo le llamo en dos motes: el Tommy
Wiseau con abolengo pijchador de las letras bolivianas o el Saxoman de Sucre)
que tenga un filtro menos democrático y que postule más a la calidad en su
sitio web, donde se publicó el intento de Anze por ser analista literaria;
habrá que ver y esperar qué decide hacer. Yo ya le dije lo que pienso.
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