EN TIEMPOS QUE TODOS SE CREEN ESCRITORES (Presentación del libro "El fin de los días que conocimos" de Fabricio Callapa)





En las redes sociales suele aparecer, siempre que existe la oportunidad, aquel amigo que se presenta al mundo como alguien que merece atención (y que quiere esa atención específicamente) para exponer su método único de felicidad obtenida: “Véanme, x del mundo, yo tengo a la vida agarrada por los pezones, por la barbilla, por las patillas, por el mismo vello púbico... Este es mi método para ser feliz y quien me cuestione, es porque no tiene mi sensibilidad ni mi talento”. Eso mismo dicen, y me divierten. Mucho.
Los exhibicionistas pululan y a veces perdemos mucho tiempo prestándoles atención que estar leyendo a los nuestros, a los que sí vale la pena leer.
Pero sigamos con esa descripción de los iluminados con focos ahorradores: Recuerdo a un “amigo” de hace algunos años que quería ser escritor: se vestía como aparapita jailón (quizá fue uno de los primeros en hacerlo de a de veras): llevaba zapatos de diverso color, bufanda de activista hippie, saco remendado, fumaba tabaco en pipa y se hacía sus licores caseros como si floreciera en creatividad; quería ser escritor (me lo había dicho tantas veces, con esa impotencia típica de cuates que buscan ser reconocidos), y bueno, no voy a decir que no se esforzaba, si tenía la pinta del hípster original (debía ser 2007 o 2008 entonces) y me decía (y más cuando estaba ebrio) que él: “...no era como sus amigos comunes y corrientes: esos son como vacas, solo sirven para el alimento; nosotros somos especiales, Daniel, y ahora servite conmigo, que yo soy mayor que vos, nene”; yo le seguía la corriente porque no tenía dinero para comprar cachaza y menos para discutir, y lo escuchaba nomás por cordialidad; él solía explicarme sus ideas literarias, que ganaría el Nobel y lo rechazaría, como hiciera Sartré hace añazos y, sobre todo, me explicaba su proyecto de novela afirmando que en ella mataría al, por entonces, recién elegido Evo Morales. Me lo explicaba como si él se sintiera el nuevo Truman Capote o al menos la reencarnación de Hugo Boero... Pero al final, después de todo, no hizo nada. Mucho escándalo. En su blog afirmaba que se suicidaría, que los demás le debían atención, que adoraba los libros de Stendhal y Camus... y bueno, admito que era más ensayista que narrador (ensayaba escribir, pero no escribía ni una puta frase bien, y discúlpenme si escribo puta; ese trabajo no se merece ni siquiera ese apelativo), y al darse cuenta que no iba ni a norte ni a sur con su oficio, decidió de pronto ser fotógrafo; “...yo no me meto en ese mundo”, pensé cuando vi sus fotos de k´alanchos en ciernes; “quizá merece atención, quizá no; el tiempo es buen maestro, pone en su sitio a cuates que no trabajan con ganas el oficio”. El año pasado nos encontramos por casualidad; me dio más risa que pena que me dijera que seguía en su tarea de rechazar el Nobel de Literatura cuando le nominaran: “Suerte, amigo”, le dije, antes de volver a mi mesa con tragos.
Tantos dicen tener talento para escribir. Pero pocos lo hacen en silencio: “¿Sabes? Yo también escribo” es la frase más común que mucha gente me dice siempre que me encuentro en una actividad donde corren las cervezas o se presenta un libro de algún amigo de las editoriales de La Paz. “¿Sabes? Tengo una novela de mi vida, es para llorar siempre de lo triste que es; solo me falta ponerle título”, “¿Sabes? Quiero dedicarme a escribir, Bolaño me gusta harto, publico en tal suplemento y mi trabajo es heavy, y ya (tú) sabes, la literatura es lo que quieres que sea”, y huevadas así. Ocurre siempre. Yo no les discuto, qué va, “Suerte, che”, les digo; ¿qué más podría decirles? Alguna vez le dije a una amiga que escribía en nombre de las mujeres maltratadas del mundo y que eso me sonaba un poco pretencioso, “¿Por qué no cuentas una historia?, no sé, ¿algo que valga la pena leer?” le pregunté. Hasta ahora dice que soy la reencarnación del Clavijo y que parezco un feminicida en potencia; que ejerzo violencia machista y no sé qué cosas más. Tanto sentido de dignidad divierte también.
Mucha gente se dice “escritor”, pero pocos se amarran bien los calzados y se aprietan fuerte los cinturones para hacerlo. No siguen el sentido de formular preguntas, es más, tratan de presentar respuestas y se sienten orgullosos de ello. Chejov se estaría rompiendo sus costillas de tanto reír al leer cómo la gente se viste de soluciones para escribir, cuando serlo, es todo lo contrario: el escritor te muestra, decía él, una situación para que la veas junto a él, no tiene otro objetivo que ese; Si quieren aprender qué es bueno o malo en una situación dentro de un libro, decía Hemingway, mejor retornen a la escuela.
Sin embargo, sorprende la existencia de escritores que trabajan en silencio y no hacen tanto escándalo (yo soy, al contrario, una especie de cotorra del reino animal literario paceño: quiero pasar desapercibido, pero soy, por naturaleza, un payaso escandaloso).



Al respecto, hay que agradecer a Fabricio por su trabajo. Me sorprendió en cada cuento de este libro, es verdad; en las siguientes páginas (paciencia, lector, paciencia, que ya comenzarás a leerlo) respira, con plena salud y rigurosidad, el Chejov más fantástico, pero también Fabricio Callapa, ese escritor que sabe escuchar muy bien al cotidiano, a su gente, a su entorno cultural, social y existencial, y le saca jugo sin censura a todo aquello. Todas las situaciones de sus cuentos me retrotraen a mis primeros años de lector, cuando conocí, por fin, al Marcelo Quiroga Santa Cruz de “Los deshabitados”, a ese escritor que me llenó de entusiasmo como pocos escritores lo hicieron en esos años. Hacer eso ya es un logro y no queda más que ser agradecido ante esa intensidad.
A eso me voy, intensidad, gusto. Un escrito puede estar contaminado de violencia, sangre, maldad, tristeza, sexo, pudor, lágrimas y sudor; pero si no te hace sentir la intensidad, de nada valdrá, si no te hace sentir gusto por leer como acto, no sirve, y Fabricio, desde un principio, despierta intensidad, gusto por lo que hace.
Eso se agradece totalmente.
Y bueno, tiene que ser el lector un poco lento para seguir aquí. Ya no pierda más tiempo. Fabricio lo espera.

Daniel Averanga Montiel, Cosmos 79. 2018.


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