Uno: Una novela que no parece novela pero que lo es, si la
lees completa
Quién iba a imaginar que una novela que mencionase a Richard
Linklater en sus páginas, iba a ser interesante, o al menos digerible. Lo
cierto es que “Soundtrack” (3600), la obra ganadora del último Premio Nacional
de Novela, escrita por Camila Urioste, no es pretenciosa ni trata de abarcar
mucho, como hacen algunos libros que pretenden demostrar lo que sabe el autor
de lo que sea que un autor pueda saber para justificar su formación “especial”
(Ver: Eduardo Scott-Moreno, o cierta novela con una Drogothy como
protagonista); pero a su vez, eso no quita que “Soundtrack” sea ambiciosa en su
presentación e incluso en su ejecución como “novela”. Eso sí, usa dos
artificios que parecen restarle puntos al principio, pero que, llegados ya a mitad del libro, consolidan ese famoso dicho persa: “Si lo planificas bien,
podrías conseguir lo que desees” (o: Ver las frases de Shoppenhauer sobre la
voluntad); en este caso, lo que Urioste quería demostrar era que fragmentos de
la memoria de la protagonista llegaran a concretarse como una novela. En eso
radica precisamente el combate al prejuicio sobre el uso de los dos artificios
ya nombrados, y que, no obstante, terminan por convertirse en la base para la
novela; artificios que, al final, se convierten en recursos literarios
esenciales para la misma.
Dos: Lo rescatable
Me explico: usar un glosario (o lo que pensé: un anexo
referencial de un producto más extenso) para contar una historia, resulta una
especie de “mamada”, no al estilo “blowjob”, sino al del “cuento del tío” de
comprar gato por liebre (Ver: Papirri o Activismo en redes sociales), porque el
producto quiere resaltar lo que no es en el fondo; sin embargo, este artificio
termina por sustentar, de manera sagaz e incluso “magistral”, su esencia como
“novela”. El otro artificio, muy al estilo de “Rayuela”, son las referencias
cruzadas (Ver: cualquier texto de Dussel, o si no quieren aburrirse y desean
pensar en sus ex, la misma novela de Urioste), que hacen que el lector busque
lo que quería compartir el personaje central de “Soundtrack”, y cuando digo
compartir, también me refiero a recordar, porque esta es una novela de cómo la
gente recuerda, sea mediante flashbacks en el almuerzo, sea oníricamente, sea
incluso de manera intencional, todo lo que vivió, intentando al mismo tiempo
darle un sentido real a la emoción que el personaje central (la, por decirlo
así, narradora) percibió en su momento.
Abandono, también es una novela sobre el abandono, que
resume también las cientos de veces que hemos alcanzado nuestro presente, solo
para ver hacia atrás y darnos cuenta que renunciamos a momentos tan bonitos y
lo arruinamos, todo por miedo al futuro (Ver: Carlos Mesa); el abandono, como
primera palabra en el glosario-novela, también se percibe en cada referencia
cruzada, en cada palabra, y eso está muy pero que muy bien, porque el lector
terco, casi obsesivo, tratará de comprender por qué existe este libro, por qué
(en el término más polifónico de lo literario) hay que leer esta construcción,
habiendo tantos libros buenos y nacionales, esperando a ser leídos; la
respuesta está en eso, que con su poética y su estilo tan concreto, Urioste nos
mete a ese mundo en donde la gente que es descrita, sufre por este tipo de
relaciones, tan lejanas en sí mismas, como lo son y siempre han de ser las
relaciones sociales afectivas.
De lo mejor que pude percibir en la novela, fue el afán por
detenerse en los elementos casi prosaicos de la vida, detalles que si los vemos
con más calma, pueden adquirir ese tinte poético, tan lleno de sensibilidad,
tan lleno de vida, que no hacen falta setecientas páginas para demostrarlo.
Urioste logra con muchas menos páginas el mismo efecto.
Tres: Lo descartable
El contexto hueco. Hay una novela que antes había reseñado,
se titula “El laberinto sin paredes” y fue escrita por Ariadne Ávila. ¿Qué
tiene que ver “El laberinto...” con “Soundtrack”? Pues en la novela de Ávila la
sorna hacia su contexto es clara: su intención es presentar el contexto
mediante la narradora y no hay medias tintas, se burla de su contexto y no
espera que el lector comprenda a fondo por qué se burla, pero lo hace y eso
aclara a fondo hacia dónde va la novela como tal; en tanto que en “Soundtrack”
hay una especie de ambigüedad sobre el contexto, que no sé si la protagonista
narradora (o la que evoca todas las palabras y sus significados) se refiere a
su contexto con un alto sentido de dignidad o con sorna o con ninguna de ellas.
Se nota la sinceridad, como dije líneas arriba, el alma de la narración, pero
de ahí a construir un mundo verosímil, hay un abismo. No pude creerme ese
contexto tan lleno de vacíos, como si los lectores estuviéramos conscientes de
lo que la narradora está describiendo, o como si de pronto ella supiera que
todos los que la vamos a leer somos parte de su contexto. La literatura en
cuanto a ficción permite la empatía sin necesidad de más sentidos que la vista
frente al libro, en “Soundtrack” se nota el alma de la narración en cuanto a
despertarnos sensaciones y emociones, todas ligadas al verbo “recordar”, pero a
su vez solo vemos esa alma, no vemos la carne, lo que también es necesario; a
veces olvidamos que la literatura puede ser una voz valiente que sigue activa,
en donde el periodismo, el testimonio, la crónica de lo cotidiano (Ver Alex
Ayala) no pueden estar ni pagados.
Los lugares comunes asociados a referencias muy
“Linklaters”. Lo que en “Soundtrack” cansa es ese lugar común de creer que una
historia propia (la historia de la protagonista) es “La historia” que todos
deben detenerse a ver, o escuchar, como cuando se menciona a “Before Sunset” y
“Before Sunrise” ambas películas de Richard Linklater y parte de la trilogía
“Before” (Ver Google); sé que es cultura pop refinada y todo eso, pero ¿a quién
le importa eso, cuando son solo lugares comunes en el fondo? Heinrich Böll se
interiorizó en “Opiniones de un payaso” con el contexto y los personajes, y no
tuvo que hablar de “El orgullo de la nación” para demostrar que venía de una
generación trunca por la segunda guerra mundial. En “Soundtrack” el universo
comienza, remotamente, con las películas de preferencia de la protagonista, y
el mapa de ese universo comienza en la Plaza Abaroa y termina en los límites de
San Miguel (claro, Calacoto se describe como el Macondo de la narradora); una
empelada que habla una lengua nativa está como adorno y aparentemente el
contexto, político, social, cultural, no existe. Es como ver La La Land pero
sin canciones cantadas ni bailadas, solo con referencias donde, obviamente,
están Nina Simone, Pink Floyd y otros anglomúsicos y definitivamente no cholos
o indios musicales; es como, si se explorara más en la empleada doméstica de la
novela, por lo menos se hubiera nombrado a Iberia o Los Ronisch, pero al
parecer estos grupos no tienen el pedigree de los anteriormente nombrados.
¿Eso último es malo, bueno, necesario, innecesario? Pues
bien, en “Soundtrack” hasta su título nos muestra que esta novela no está hecha
solo para Bolivia (o para gente boliviana o que se cree boliviana). Y tampoco
para ser leída como una novela de Urzagasti o mínimo Boero Rojo (Ver y leer y
releer: “Tirinea” o “La telaraña”, de los nombrados); si bien Alison Spedding
hizo la novela boliviana por antonomasia, con carne y alma bolivianas, siendo
inglesa, Urioste hace lo mismo pero al revés: habla del niño sirio en cierta
parte de la novela, ese niño ahogado que a todos nos conmovió, y esa es su
referencia sobre la muerte de la inocencia (o al menos un detalle desgarrador,
comparándolo con una situación incómoda que vive uno de los hijos de la
protagonista); claro, allá lejos un niño muere, hecho casi tan triste como la
muerte del bebé Alexander, acá, pero como nadie conoce al bebé Alexander, y la
novela está hecha para salir afuera, a meterle a esa referencia, junto con,
perdónenme, dos de las películas más ombliguistas y pretenciosas de la tierra.
Cuatro: Y bien...
Si bien Urioste nos arrastra a la empatía emocional, no lo
hace hacia la empatía situacional y menos contextual (y mucho, mucho menos,
coyuntural); alcanza nuestra alma lectora, pero se queda ahí, contándonos de
chupas en Sopocachis, abandonos y todo eso, pero el sabor a tierra, a carne y a
legitimidad, a voz boliviana, no está.
Una voz llena de alma y escasa de carne; puede que a pocos
les llame la atención este detalle, al menos, a esa gente que no se preocupa
más por las cosas, sino por presentar informes, cobrar y opinar desde el
Facebook, pensando en esa forma que “hacen historia” (Ver: "Los cuatro Fantásticos", Tim Story, 2005, y analizar la paradoja de protagonismo de los que tienen poderes contra los que son espectadores); por ello los problemas
más esenciales de la vida, dependen de las clases sociales, ¿no?
Una nota aparte, leí también la novela que salió mención de
honor de este concurso; la novela, escrita por Rodrigo Urquiola, titula “La
ceguera del jaguar”, y si bien “Soundtrack” y “La ceguera...” alcanzan el alma
de lo que desean compartir al mundo, la novela de Urquiola tiene rasgos mucho
más verosímiles en cuanto a contexto, coyuntura y fondo. Quizá las limitaciones
de la novela de Urioste son los logros de la de Urquiola, solo es una opinión
sobre lo entendido, nada más.
Próximamente, una vez veamos la novela de Urquiola
publicada, también la analizaremos desde lo rescatable y lo descartable.
(Fuentes de imágenes: Página siete y Ecu-red)
(Fuentes de imágenes: Página siete y Ecu-red)
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