«Eso que se ha llamado “Boom [Latinoamericano]” ha sido tan
ensalzado, tan puesto en un primer plano, que ha creado en algunos escritores
consagrados, y en otros que no lo son pero que están haciendo su trabajo, una
especie de sentimiento de triunfo previo; es decir, que el hecho de ser
guatemalteco, o argentino o mexicano, es ya un título de superioridad
literaria, lo cual es una lamentable y peligrosa equivocación».
Julio Cortázar.
Especialmente
dedicado a Lucio Torrez Soria (Alias Lucius Mors, alias Lucian de Silenttio,
alias“fotógrafo en Torso”, esperando
ansiosamente su “muestra fotográfica-artística”)
Hace casi dos años, un primo me dijo que la película del
“Pocholo” era arte por la sencilla razón de tener éxito en la taquilla; le
pregunté si había otra forma de explicar el arte como no fuera por su “consumo
masivo”; no supo qué contestar; para él, el arte no era otra cosa que el éxito
consumado: Van Gogh, Lovecraft, Kennedy Toole, chúpense eso...
Cortázar afirmaba que el Boom Latinoamericano fue arte (y
del bueno) porque había nacido de las conjunciones planetarias y de la
astrología, gracias a la intervención de “esa diosa llamada Azar...”, pero que
aquello no significaba un certificado de garantía de madurez literaria para
quien, siendo latinoamericano y escritor, lanzara en aquel tiempo cualquier
intento de novela y se autodenominara “autor del Boom”.
Conjunciones planetarias y taquilla mediante, últimamente se
dice que todo intento por mostrar una visión del mundo es “arte”. Y,
parafraseando a Cortázar: ser latinoamericano y “sentirse” artista no es un
certificado de garantía para ser artista, y mucho menos para hacer “arte”.
En lo personal, no le veo ningún problema a cuestionar la
opinión general sobre un producto en particular; Richard Matheson decía que la
normalidad era un concepto mayoritario y que, invisible como el ropaje del Rey,
muchos podrían ver algo profundo en algo que quizá no fue concebido con ese
propósito. Alguien dirá: “pero... y si esta obra despierta algo ajeno al
pensamiento del creador, significa que es más profundo de lo que parece...”;
así muchas obras literarias, de escultura o de cinematografía han alcanzado un
incomprendido éxito dentro de su coyuntura, mas dicho éxito no ha podido
aguantar el paso de los años... pero eso ya es otro tema del cual hablaré en
otra oportunidad, porque es más complejo de lo que parece.
Si bien hay un origen y un lugar desde el cual el artista
crea; es decir, hay un contexto, una coyuntura y un pensamiento particular
político y social, en el producto en sí no debiera ser “explícito” ninguno de
estos puntos, a no ser que el “artista” tenga el objetivo de restregarle al
público que él: “es más sensible y más inteligente y, ¡oh, dioses griegos, sabe
VER lo que los pobrecitos mortales no VEN!”. La ética de quien hace arte
tendría que ir dirigida más a la perfección del trabajo que presentará al mundo
y no tanto al intentar demostrar a los demás cómo piensa su cerebrito; por ello
la instrumentalización del arte para un fin en particular se ha convertido, hoy
en día, en un quiste difícil de extirpar de la mentalidad de muchos.
Y es que la naturaleza de este quiste consiste utilizar al
arte como placebo coital: pene, vagina, cóncavo o convexo; así, el supuesto
artista asegura que está creando arte, pero lo único que hace es optar a una
forma de autosatisfacción, una manera más innovadora de masturbación intelectual
que pretende mostrar sin mostrar, a los demás, que quien “crea” es “superior” a
la “masa”, y más, cuando el artista en cuestión crea su apariencia (su carta de
presentación social) en base a iconos “raros” y “únicos”.
Por ejemplo, no hay dónde perderse en narrativa desde la
misma literatura. Si quien escribe lo hace con el objetivo de instrumentalizar
su “arte” mostrando a los demás su superioridad intelectual, no tardará en
mostrar un producto pedante y pretencioso; mas, si quien escribe lo hace explotando
todos los recursos que posee para contar una historia, hará arte, y
seguramente, como decía Cortázar: del bueno.
No garantiza en nada que uno sea boliviano, blanco, negro,
pobre, rico, o que haga las cosas cómodo o sobreviviendo con una moneda al día,
que haya crecido en el campo o en las zonas más acomodadas de la ciudad: la
narrativa, como todo arte, debe ser un producto de trabajo y no de pose.
Pero como en todo lugar hay cultores de iconos e ídolos,
siempre existirán los que perpetúen sinsentidos, que defiendan productos
nominalmente “artísticos” porque han sido hechos en Bolivia, o porque han
tenido taquilla...
El seudo-arte cinematográfico tiene en Bolivia su público
“intelectual”: tipillos y tipillas que pretenden verle cinco pies al gato o que
reflexionan sobre las escenas de la película en cuestión, utilizando lo que
saben de su profesión. Por ejemplo, después de ver la última película de
Valdivia: sociólogos (u ociólogos), filósofos (o falósofos), educadores (o
todólogos), políticos interculturales (o innumerables pastiches de Xavier
Albó), se lanzan a comentar “profundamente” el producto en cuestión, aseverando
que el mismo es rico en visiones de tal o cual escuela, tendencia o modelo, y
explican tal o cual diálogo intercultural de Fulano que es “contra” o “pro”, e
intentan ver el sentido del extremo filosófico en tal o cual escena, mientras
que pocos, poquísimos, hablan acerca de si realmente aquel producto sirve, o si
tendrá una permanencia, un devenir distinto al de la mayoría de las últimas
producciones bolivianas: el olvido. Ese, quizá, es el mayor problema, no tanto
de los tipillos formados, sino de los, en apariencia, productores artísticos.
Muchos de los llamados artistas en Bolivia tienen la mente programada para
complacer a los “intelectuales”, o a los que, mediante sus roscas laborales, se
autoproclaman “intelectuales”. Expresar un sentimiento y no tanto una tendencia
partidaria; contar una buena historia y no una forma de contar para captar la
atención de intelectuales de medio pelo; plasmar en una imagen la sinceridad de
lo que uno siente y no tanto lo que uno quiere “vender”; mostrar al mundo una
visión y no un ensayo didáctico sobre una visión compleja, he allí la
diferencia entre un trabajo real y un producto pretencioso. Charlie Chaplin
escribía en sus memorias que el arte era superior a la religión, pues la
primera nacía de un sentimiento y la segunda, de una imposición doctrinal: el
arte, había escrito (recordando una plática en esas reuniones esnobs a las que
gustaba asistir para “escanear” al jet set hollywoodense y a los condenados al
fracaso) se originaba de las pasiones y de la voluntad de los sentimientos; sin
embargo, un artista (un músico quizá) le había corregido en medio de aquel
discurso, aseverando que el arte no solo salía de los sentimientos, sino que
también podía salir de un compromiso parecido al que uno establece con el
enlace espiritual que cualquier religión exige. Chaplin escribe en su diario
que no pudo refutar semejante aclaración. Si cualquier religión exige
compromiso de fe, lo hace porque aquello significa un nacimiento del ser en
este “nuevo mundo” [que nace a esa nueva religión como un hombre nuevo...];
mientras que el arte tiene esa misma naturaleza. Quien se dice artista,
escribía Chaplin en sus memorias, y no se compromete, no logrará nada, pues el
arte es vida, y la vida es más que momentos reunidos (sic). No se hace arte
para complacer a los círculos que han armado una pirámide en donde los que
están debajo son los artistas. El arte no complace a los financiadores ni los
asegura dentro de su cúspide, y he aquí el detalle, detalle que nadie puede
decir en voz alta, pero que todos lo saben o lo intuyen, y por miedo o por
vergüenza callan: acá en Bolivia, "la mayoría" dice hacer arte para
satisfacer a mecenas disfrazadas de Gertrude Stein, que no son más que ONGs que
necesitan socializar, a como dé lugar, su intervención en este país de
“indiacos”, “negrillos”, “cunumis” y “opas”; y como he dicho que todo esto lo
hace (la mayoría), no se me acusará de decir que todos tienen esta naturaleza,
¿verdad?...Preocupa mucho saber que en Bolivia persiste aquella tradición
tercermundista en cuanto a arte: la de reconocer a kilómetros a los artistas
como entes “civilizados” al gusto de los círculos que les dan de comer: músicos
que se visten como Paturuzú, con chuspa y todo, mientras tienen automóviles y
mujeres como las tiene Tom Cruise (“Pero de a ocultas, cuidadito que me vean
cuando no estoy tocando mis músicas de la madre tierra y blablablá”); artistas
plásticos que tienen siempre algo raro en su vestir y que necesitan que los
demás los adulen por ser “raros”, que se oponen a la vida común y corriente
pero que tienen una vida más que común y corriente (“Pero hay que vender, pues,
porque si no, me moriría de hambre: ¿acaso los pobres me van a comprar mis
trabajos?, hay que pintar lo que llama la atención: indiecitos mirando al
horizonte como el del cuento, el tal Quilco, y de fondo, un nevado y
blablablá”); escritores con cabellos largos y barba descuidada, zapatos raros y
ceño fruncido por la migraña y “el vacío de la existencia”, que se hacen sus
alcoholes y fuman como Bilbo Bolsón (“Pero es mi pinta, pues, así veo la
realidad y la analizo y me costuro mi abriguito como Jaime Sáenz, y si me
preguntas si edito mis textos, te respondo: no es necesario, porque es la voz
de mi personaje la que escribe, y ese cuate medio raro es para escribir...”);
actores y dramaturgos con lentes de marcos gruesos; cineastas con gorra, lentes
y voz angelical a pesar de sus barbas dignas de Marx o de Matusalén o de
Whitman, y con libros de Truffaut empotrados entre los sobacos... estos
artistas medio esnobs son bichos raros, dirá alguien sensato, se creen artistas
y se visten como artistas, mientras que, viendo sus trabajos, uno no encuentra
profesionalidad, pasión, originalidad o al menos compromiso... pero cuando uno
los ve, parecen, ciertamente, bichos raros...Nadie acá es Rimbaud, Sartre,
Sáenz o Churata, dirá esta persona sensata, si hay que hacer arte, hay que
trabajar, y mucho...Y por supuesto, siempre existirá quien, leyendo todo esto,
dirá: ¡qué frustrado!, ¡le tiene envidia seguro a ese tal artista que se viste
como el presentador de “Pica” o se peina como Bob Patiño...!, ¿qué culpa tienen
ellos de ser originales, y él no?
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