El absurdo y su salvación


(Gabriel Chávez Casazola, Yo y María Cristina Botelho) 


¿Es posible creer en la literatura como una entidad que puede morir antes incluso de nacer? Ciertamente hay novelas que nacen muertas, como fetos que, aún dentro del vientre de los escritores-madre, fallecen a los pocos meses de gestación, pero que igual son extraídos del vientre creativo, perfumados con la publicidad editorial y reanimados con reseñas que más parecen favores a la italiana; esto lo percibí hace años, cuando todavía tenía en mi alma la ingenuidad que caracteriza al escritor aficionado, que cree en la posibilidad de una vida por y gracias a la literatura. No miento al aseverar que hay novelas, libros de cuentos e incluso ensayos que nacen con olor a feto muerto, a cromosomas que fracasan en su combinación y se determinan como entes dotados de una fatalidad que se ve en las galeradas pero que se mantiene como un secreto a voces, como afirmar que ciertos escritores le hacen mejor de lectores que cultores de la palabra. La muerte de la literatura, que es una estafa per se pero que sabe a un acuerdo, una complicidad entre el creador y el consumidor, se torna en una doble estafa en estos casos: compras una mentira pero esta mentira no sabe a verdad.

En 2003, cuando no tenía adónde más ir, que estar haciendo hora en la biblioteca “Andrés Bello” de la CAB, descubrí el poder de la literatura como una entidad viva y latente, pues leí a autores clásicos y contemporáneos que me inyectaron de una dosis de adrenalina tal, que me perjudicaron en cierta medida, no porque fueran malos, sino porque pusieron la vara más alta en cuanto a nuevas lecturas me proponía descubrir, duplicaron mis expectativas; y supe, después de esas jornadas donde la soledad olía a libro antiguo, que ya nada sería lo mismo.

Pasé por un período de desencanto, y el concepto de la literatura como un intento fallido de reanimación, se consolidó en mi subconsciente al descubrir ciertos pésimos libros que ahora los he olvidado o los recuerdo con un rencor dormido, rencor que nace cada que alguien habla de esos autores; mi exigencia creció hasta el punto de descartar a muchos, y eso, aunque no lo crean, es un mal sino, porque no todos los libros que uno escribe pueden ser predilectos o buenos, eso hay que aceptarlo. Borges me dio esperanzas, las que Cortázar casi sepultaron, a la par que Cerruto me daba una oportunidad inmensa para creer aún en la literatura nacional, oportunidad que se elevó a niveles grandiosos al descubrir a Boero Rojo, a Díaz Machicao y a Botelho Gozalves, quienes pusieron la vara a un nivel inalcanzable para muchos de nosotros, actualmente.

Mi faceta de lector germinó a ese bicho que ahora soy, descubrí a César Verduguez y a Gaby Vallejo, y por lo tanto me nutrí de sus lecturas, las cuales ahora me obligan a decirles maestros, mas no me obligan en el sentido impositivo, sino en el código de honor del lector que quiere ser escritor, ellos me acompañaron cuando estaba solo y me hicieron reír, llorar, emocionarme y suspirar y creer en que se puede vivir de esto y luchar por esto.

Por ello mi exigencia con la nueva ola de publicaciones nacionales, las que ahora, en su gran mayoría, nacen muertas y solo reaccionan cuando un amigo del escritor en cuestión hace una reseña exaltando al creador más que a la obra. Nuestra literatura no necesita de esas bajezas, porque se ha dicho, y creo yo que se debe decir, cuando hay un libro malo que se repite, el autor merece escuchar aquello.

En 2016 conocí a María Cristina Botelho en la feria del libro de La Paz, ella estaba ya unos meses en Bolivia y quería conocer a todos los nuevos cultores literarios, y tuve la oportunidad de escucharla, saber sus inquietudes y responder a sus interrogantes. Quería publicar un libro, pero decía que las editoriales no la conocían. Yo le dije que insistiera por todos los medios, y nos despedimos, prometiendo trabajar en futuros proyectos.

Luego de unos días de ese primer encuentro, me enteré que ella había sido la hija de don Raúl Botelho, aquel escritor que me había fascinado con “Altiplano” en mis tiempos de estudiante de universidad.

Tuve el honor de leer sus trabajos que devendrían en el libro que presentamos esta noche. Recordé a Lewis Carroll y al padre Botelho en sus párrafos, además de la poética que siempre es buena en narrativa e incluso en ensayo. Sonreí en ciertos pasajes por el absurdo como una ley de la vida, como un sentido en el universo narrativo de esta escritora que se ha abierto paso con trabajo y no con favoritismos, porque no los hay; lo bueno se reconoce a kilómetros, pero lo bueno en esencia se percibe desde la primera línea en “El absurdo y su complicidad”.

Lo acepto. Chillo en redes sociales como hindú a quien el tren ha dejado, como general en un laberinto sin paredes, como marido cuando su mujer lo ha traicionado con su vecino o como ejecutor el día de su jubilación, cuando me topo con libros que nacen muertos y uno, apenas les da la oportunidad, se da cuenta de ello en la primera línea, cuando se aleja del vendedor de libros o la librería de turno; pero con el libro de María Cristina, me sentí envuelto desde el principio en un lenguaje nuevo, lleno de poética y de sentidos innovadores, y me permitió renovar mis esperanzas con esa vitalidad tan suya, que late, se levanta, y le explota a uno en la cara, como una nueva forma de ver la realidad.

María Cristina sabe lo que es escribir para vivir, no como una coronación social o un posicionamiento político o de ansias de poder, sino como una forma de comunicarse con el mundo. Hoy, nosotros, los que estamos apañándolas como podemos para vivir de esto, le debemos el título de maestra, porque ella luchó y se abrió paso, sola, en este mundo tan absurdo, que hasta la misma sociedad es risible a comparación de nuestras ficciones.

A mediados de año, hablamos con ella para definir si podría o no participar en algún certamen; ella dijo que tenía algo preparado, y yo, al escuchar esta respuesta, supe que ese algo tenía alma, vida, fuego y mucha energía, porque ella es así, una persona noble y grande, la cual enfrenta la vida con ese estoicismo que es un imposible para nosotros, los aficionados, ella es una maestra de la vida y ha podido demostrarlo con este libro y con el poemario que pronto saldrá editado, a fuerza de menciones de honor, pero con esa energía que nos sirve como un norte que hay que seguir. Señores, me puedo extender más de la cuenta y puedo aclararme a pesar de ser moreno, porque ella merece más que loas y consideraciones, merece que uno aprenda de ella, un modelo de vida y de trabajo, pues no estamos frente a la hija de un escritor grandioso, estamos ante la escritora grandiosa de un escritor grandioso, y nadie le hace sombra, ella ha sido consciente del trabajo que se necesita para ser escritor, y va con todo, y eso me fascina como aficionado.

Señores, el libro que tendrán en sus manos si se animan a conseguirlo, es una joya distinta, un trabajo enigmático pero arte impreso al mismo tiempo, un trabajo con sentido que carece de sentido pero que enseña, grandioso como él, un nuevo sentido, muy ajeno a todo lo que uno busca pero que requiere para retomar esperanzas; un libro que no queremos, pero que necesitamos, porque somos tan banales y tan predecibles, tan estúpidos y sosos, tan terrenales e insignificantes (más yo que ustedes), que no tomamos en cuenta la lógica demoledora del absurdo, el cual merece ser revisitado, para aprender a reír y llorar, porque todos necesitamos volver a ser niños, dense cuenta, estamos en una etapa de analfabetismo emocional y de sentido común, y qué mejor que este gran libro para hacernos conscientes de lo que no se espera, pero ocurre de todas formas.

Damas y caballeros, en tiempos de libros que nacen muertos, hoy presentamos en un libro que ha roto la matriz del sentido común y que nos grita a los cuatro vientos: vive, rompe, grita, goza y sonríe, que esta vida es una sola, y pronto se acaba...

Muchas gracias por el honor, María Cristina, de incluirme en la presentación de tu libro, que será la primera de muchas joyas que esperas regalarnos, y gracias a ustedes por aguantar este documento de un aficionado renegón.

Texto de presentación del libro "El absurdo y su complicidad", Cochabamba, octubre de 2018.




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