Una de las cosas más difíciles (e inútiles) en esta vida es
abrirse camino través del insidioso mundo de las letras, muchas veces uno lo
recorre a empujones, a veces rompiéndole la cara al greñudo pretencioso de
turno para hacerse un campo y muy pocas veces, eso sí, muy pocas veces a uno le
permiten recorrer ese camino con todas las de la ley: es decir, siendo
reconocido o valorado como escritor por los demás: pero lo más alarmante de
este recorrido no es que todo esté barnizado por un sentido azaroso en donde
nadie te garantice que todo lo que escribas valdrá la pena, no; lo más triste
sucede cuando no estás consciente de reconocer tu origen, asumir de dónde
viniste, de cómo iniciaste tu esfuerzo por contar cosas, por hacer que la gente
deje un rato lo que estaba haciendo para tirarte bola a ti, como si fueras más
importante que la misma realidad; no recordar el pasado, el origen de tu
oficio, además de triste, es ingrato para uno mismo. Nadie debería considerarse
escritor si va a estar haciéndose al olvidadizo con su nacimiento como tal.
Recordar siempre el origen propio en literatura es como no
perder de vista la historia para nuestra gente. Si olvidamos de dónde vinimos,
estaremos condenados a repetir los errores en un bucle de pesadilla; no en vano
hay tanta amargura en el mundo, tanta gente que no aprende de sus errores, que
despierta un día y dice: “¿Por qué he perdido tanto tiempo?”.
Borrar el pasado no garantiza que no se repita.
Escribir es, siempre lo he dicho, difícil e inútil, como
inútil es ver una película sobre violencia de género y creer que esa película
impedirá que haya violencia de género o la eliminará del todo; pero que se
conste en actas, no por ello, no por ser difícil e inútil, escribir significa
hacer algo horrible. Más al contrario, escribir es una de las cosas más bellas,
inútiles y difíciles que hay en esta tierra. ¿Por qué? Preguntarán los que
estudian ingeniería o los que tienen sus grupitos de música que se creen los
próximos Burzum, y les respondo rapidito: porque escribir es un arte, un arte
que, como todas las otras artes, no tiene un certificado de calidad, una
garantía de que todos amarán lo que creas; asimismo, una película sobre
violencia de género también será bella, a pesar de que será apreciada solo por
las personas que crean que la violencia de género existe como lucha
reivindicativa y que puede adaptarse a la pantalla grande de una manera
artística en pleno.
Escribir es inútil, difícil y bello; entonces, ¿para qué
escribir? ¿Por qué escriben los escritores?
Hay tres respuestas posibles: los escritores escriben para
mostrar lo que son, lo que podrían ser y lo que no son. Hay que tener cuidado
con los últimos, con los que escriben para mostrar lo que no son, porque son ellos los
responsables de que haya tanto mal escritor, tanto mediocre y "sobrador" escritor. Demostrar que uno no es uno sino
otro en escritura es lo más bajo, por ello mi largo proemio sobre este aspecto:
no perder la autenticidad es difícil, pues si bien muchos buenos escritores
mostraron a un inicio lo que podrían ser y ahora muestran lo que son, nunca
mostrarán lo que no son: no mentirán a los lectores, porque ya mienten con sus
creaciones, sería absurdo mentir sobre lo otro, sobre lo que no se lee, pero se
entiende en su literatura. Y aquí entramos en materia con el libro de Erwin F. Masi (para los amigos "Fher"), que muestra tanto lo que es en esencia, como lo que podría ser a futuro.
Masi trabaja este libro con una autenticidad digna de llamar nuestra atención, esa autenticidad que cada buen escritor posee, no porque tenga un talento único, llamativo y soberbio, sino porque se nota en cada uno de sus versos una naturalidad que bien podría pertenecer a un alma rimbaudiana que hace poesía por manifestar un sentimiento o dos, para luego ser traficante de armas o criador de chanchos, no importa al final el meollo del porqué decidió hacerlo, le salió bien y eso es lo que interesa... ahí está la autenticidad que cada lector y crítico busca, que se resume en la necesidad de Masi por armar una serie de trabajos poéticos o trabajos con poética que pertenezcan a su experiencia: la premura por contar algo, un sentimiento, una sensación, una raigambre de intuiciones y esperar que nosotros, como lectores, coincidamos con su visión del mundo desde un encierro cívico.
Vargas Llosa lo
hizo, también Rimbaud, sin olvidar a Viscarra pero en otra dimensión: lo vivido se plasma en la literatura
y se muestra al mundo, con la esperanza de que el mundo no mande a la mierda
dichas apreciaciones; pocos triunfan, mucho menos viven para conocer la opinión
de la gente a la que le gustó el producto en cuestión. Es así, los lectores son
crueles, pero más crueles son los olvidos.
Pohemia se siente necesario, no como un libro más, o no solo
como un libro objeto más, sino como un testimonio de alguien que ha visto en
una etapa de su vida una oportunidad para contar lo que siente, y eso es ya
valeroso y digno de felicitar.
Pasa el tiempo y dejamos de ser amigos de personas que
fueron amigos en la escritura alguna vez y que perdieron su esencia mientras
más notoriedad adquirían en este mundo hipócrita; nosotros mismos avanzamos con
libros y dejamos esa naturalidad que hacía atrayentes nuestros primeros libros;
nos volvemos impertinentes, poseros, sobradores, les decimos a los que inician
cómo hacer para que te tiren bola, somos correctos en las redes sociales,
dañamos a otras personas con nuestro ego y olvidamos que fuimos alguna vez
autores primerizos; si vieran en congresos literarios la cantidad de egos
inflados, de personalidades maquilladas por los premios, por coños comidos como
trofeos y abortos financiados para evitar responsabilidades, si vieran se caerían
de espaldas y dirían que este mundo artístico es tan arte como mierda; muchos
perdemos la esencia de nuestras primeras veces escribiendo, y eso está mal.
Muchos de los que ya tenemos unos años en este mundo productivo, escribimos sin
mostrar lo que somos, lo hacemos asumiendo que somos geniales, buenos, capos,
simpáticos e irresistibles; eso es solo una vil y absurda mentira; somos
escritores, y como tal, somos nada especiales, de hecho, si le pidiera a uno de
aquellos que se dice escritor, el ganarse el pan con el trabajo de sus manos,
tendríamos a montones de wawalones muertos por inanición.
Escribir sin perder la esencia, eso es lo que necesitamos;
hay que escribir como lo hace Masi en esta obra suya: no pierde en ningún
instante su posición en el mundo. Es un observador del todo, lo describe y lo
sueña y lo plasma, y nos hace sentir que estamos allá, con él, haciendo vigilia
en tanto la noche pasa y se desliza lentamente por el tiempo.
No perdamos de vista a este poeta, por favor, y no dejemos
que el tiempo nos cambie para mal.
Yo tengo la esperanza de que Masi seguirá siendo tan genuino
y natural como demuestra en su escritura.
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