La literatura es como una nube

 



Recuerdo que la primera vez que nos conocimos bien con Rodrigo Villegas, así, hablando y comenzando una amistad sin mesianismos, estaba yo medio ebrio y lesionado; eso fue en octubre de 2017, tras un partido de fútbol en donde mi labor como jugador terminó reduciéndose a la de una alfombra con caspa; obviamente hubo oportunidades previas en donde nos saludamos formalmente, como en 2015, la vez que fue la presentación simbólica de una novela mía, pretenciosa del todo, lo tengo que aceptar, hablo de mi novela, no de otra cosa, porque a veces sucede así con ciertos escritores: no muestra lo que puede contar sino hasta el segundo o quizá el tercer libro, a no ser que el aspirante a morir de hambre tenga más ínfulas que oficio. Después, en 2016, sí coincidimos con él en ferias y ciertas presentaciones; pero no fue hasta octubre de 2017 que yo, con el rostro hecho pomada por haberme caído al jugar fútbol con Urquiola y con muchos otros de sus amigos de Chasquipampa, inicié oficialmente mi amistad con Villegas.

Ya han pasado cuatro años de ello, pandemia por delante, y Villegas no ha cambiado mucho, y si lo hizo fue para bien, como siempre espero que sean los cambios en mis amigos.

Seguiré recordando a conveniencia ciertas cosas de él como persona, antes de opinar algo sobre “Nube”, el libro que hoy nos reúne.

En mi memoria, ese día de 2017 se ve tan lejano como chistoso; una hora antes de mi encuentro para jugar fútbol había estado en la presentación de un libro publicado por el periódico Página Siete y la editorial Plural, acompañado de Humberto Quino, Verónica Ormachea y Robert Brockmann (en ese momento ni sabía quién era el Beto aquel, y si hubiera sabido, quizá le habría escupido); el libro en cuestión, homenaje al Che Guevara, tenía un cuento mío, y no porque me guste escribir sobre el Che, sino porque a pesar de no bajarle de maricón al Ernestito Guevara en cada párrafo de aquel trabajo, increíblemente lo habían incluido, ajos y pimientas de por medio; pues bien, a la hora del brindis de aquella presentación Humberto se tomó un vaso de gin, Robert dos, Vero tres y yo me tomé como cinco o seis vasos, todo porque se me había abierto la tripa y quería farrear más, pero tocaba ir a hacer deporte; así que me despedí de los colegas medio jailas y salí de la presentación hecho todo un Jhasmani Torrico, y bueno, la caída de cara en medio del partido abrió de buena manera la sesión deportiva.

Aquella noche Villegas me pareció gran persona, no necesariamente un escritor, porque casi siempre se piensa en los escritores desde el estereotipo del tipo bien peinado y rasurado, pulcro, correcto, cría gatos o perritos fifí, coherente del todo y del que se puede quebrar una uña si juega fútsal o toma refresco del mismo vaso que los demás, así como me parecieron algunos (no todos) escritores jailas que vi en la presentación de ese compilado del Che. Rodrigo me pareció un amigo sencillo y bueno, digno de cualquier conversación y grata compañía. Así, en ese interín, cuando estábamos a punto de despedirnos porque los partidos habían durado casi dos horas, Urquiola me comentó que Villegas también escribía. No imaginaba que esa frase dicha de paso, como decir que la libra de tomate ha subido a 4 pesos hace unos días, devendría en cuatro años de trabajo, madurez y, por último, la publicación de este libro como una parada más en la profesión que ha tomado Villegas con la misma seriedad y madurez con la que muchos esperamos cumplir nuestros sueños.

Unos meses después de esa noche de tragos, golpes de cara contra el cemento y fútsal, di un par de talleres en el Centro Cultural Ágora y en uno de ellos participó él, así que le presté libros, conversamos mucho y nos hicimos más amigos, sobre todo porque me compartió un par de cuentos que había escrito, a ver qué opinaba sobre ellos.

Esos cuentos mostraban un manejo interesante de referencias y de modos de plasmar una historia; vi en cada uno de ellos potencia, fuerza y un tratamiento equilibrado, aunque intenso, de las emociones; por supuesto que esas primeras impresiones se mantienen y van más allá en este su primer libro, porque en Villegas esa potencia, esa premura por contar historias y describir hechos en retazos o flashes no se ha perdido, sigue vigente.

Retazos. Uso de puntos seguidos. Estilo fragmentado. Dislocado. Como un espejo que se quiebra y sin embargo no se separa de su marco ningún fragmento. Reflejos distorsionados de un todo que el lector va armando y entendiendo cuando ya avanza en la historia. Y el subtexto, muchas veces aparecido en ciertas oraciones breves, oculto, pero no tanto, hacen que el ejercicio de lectura de los cuentos se convierta en un ritual de complicidad entre lo que Villegas sugiere y lo que los lectores entienden, después de armar el rompecabezas emocional de cada uno de sus trabajos.

“Nube” como compilación de cuentos muestra una cara de las relaciones interpersonales que pocos libros de cuento muestran: el horror se cumple debido a los demás, casi coincidiendo con la frase de Sartre sobre que el infierno eran los otros... pero más allá de todo, el horror puede comenzar de la nada, de una malinterpretación, de un abandono, de una enfermedad, de una esperanza. Tal riqueza de emociones convierte a “Nube” en un libro triste... tristísimo, aunque sin ese lente ambarino de la nostalgia usado por Bradbury, Quiroga o Urzagasti para enfrentarnos a la condena del tiempo; los cuentos de Villegas nos enfrentan a la crudeza de una realidad muy posible (una realidad que podría pasarnos ahora, luego de comprar su libro y salir de este lugar), tan posible como volver a respirar profundamente.

En el libro se compara al amor con una nube. Para mí una nube es el sinónimo de la literatura como oficio: a veces parece inalcanzable y lejana, blanca, negra, azul o púrpura según el momento del día y lo que tengamos adentro; el ser escritor es como alcanzar una nube, saltar y tocar su borde inasible parece imposible; pero algunas veces, sin saltar siquiera, nos vemos rodeados de pronto por una niebla que nos impide ver más allá de nuestras narices: el oficio ha bajado para enceguecernos, sea de éxito, de ego o de imprevistos; la nube ha descendido para agobiarnos..., la idea no es volverse Gokú y usarla como tabla de surf, la idea es saber ver a través de la nube y flotar junto a ella; Villegas ha estado dentro de la nube desde hace rato, nadie sabe si saltó hasta adentrarse en ella o si ella descendió para inundarlo y elevarlo, la cosa es que acá está, con su primer libro de cuentos y se merece estar flotando un buen rato más; por como ha estado trabajando, quizá se mantenga en el aire más tiempo que todos nosotros. O quizá no. El tiempo, gran sabio que calla pititas, masistas o hippies vengativos, decidirá bien.

Mientras tanto, mucha salud y larga vida por tu libro, hermano.


(Fuente de foto: https://www.opinion.com.bo/articulo/ramona/formas-nube/20211113224456843046.html)

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