Uno no está acostumbrado a la idea de morir.
Yo sí. Hace tiempo.
Tendré hijos, pareja, familia, amigos, sentimientos tan
fuertes como amor o vergüenza y una inmensa voluntad por ayudar a los que pueda
en lo que se pueda, tendré sueños retenidos y ganas de reencontrar las
emociones más básicas que se me perdieron en los momentos en los que cometí
errores; todavía estoy aquí, como ustedes, como todos, pero muy en el fondo no
importa, porque al menos para mí, o en mi caso, todo parte por desear
reencontrar la sorpresa, la dicha, la curiosidad por conocer nuevos mundos en este
mundo y probar otras experiencias en busca de la felicidad, todo para
replicarlo en mis hijos, nutrirme con sus reacciones, aprender de ellos y
seguir adelante hasta donde el tiempo me lo permita.
No me hace problema el aceptar lo inevitable. La muerte, la
vida, llegados a un punto cierto, son como un espejo que no reproduce el número
de los hombres, solo los suprime para siempre.
Para siempre, sin regreso.
Recuerdo mucho todo y ese todo en mi memoria gira con
destino incierto y, a veces, solo algunas consoladoras y desgarradoras veces,
lo que gira para dañarme se pierde en las migrañas que suprimo con mate de
manzanilla o cigarrillos, porque no todo lo que uno retiene en la cabeza merece
estar ahí; lo que recuerdo trato de plasmarlo en la palabra escrita y algunas
veces me enfrento a mis seres más cercanos por no incluirlos en esos devaneos.
Estoy consciente de ello y aun así sigo, sigo y seguiré, pase lo que pase.
Mucho de lo que deseo plasmar encuentra asidero en las
palabras, por eso no necesito registros concretos del pasado, como se afirma en
la novela "Seúl, São Paulo" de Mamani (o en la película "La vida
secreta de Walter Mitty", dirigida por Stiller): las fotografías, como los
vídeos de nuestra vida, no captan la totalidad de sentimientos que atraviesan
una sonrisa, una promesa, un desconsuelo; ya la misma memoria lo guardará sin
necesidad de artilugios tangibles para poder recrear el pasado y quizá, si es
posible, tergiversarlo, y si ese algo retenido lastima, la memoria, sabia en su
instinto, lo descartará o lo usará para martirizarnos; por ello, la vida no
necesita de la perfección, podría decirse que la vida busca la imperfección y
eso termina siendo perfecto en sí mismo.
La muerte vendrá, no es necesario gritar, romper las cosas,
a las personas, vendrá como una noticia cualquiera, sin necesidad de ira de
parte de nadie.
No es que desee el último abrazo y el silencio ensordecedor
que corroe las relaciones destruidas, eso resumido en una nada bastante
cercana... solo la existencia de la muerte debería ser un consuelo después de
una vida llena de situaciones divertidas.
El momento debe serlo todo, quizá eso merecemos reaprenderlo
poco a poco.
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