Qué bonito sería tener la oportunidad de decir las cosas
como son, sin que te anulen por simpatizar con cierta ideología, por tener
cierto color de piel o porque impides que se siembre esa enfermedad mental que
huele a optimismo y que se llama lo políticamente correcto; qué bonito sería no
solo hacerle escuchar a los amigos el empute contenido que se queda ahí por
resignación, sino echárselo a todos como alcohol en gel (o como algo parecido),
y que nadie se quede sin enterarse de tu empute porque es algo necesario, casi
vital, de exteriorizar: sentirse como el personaje que interpreta Daniel
Day-Lewis en la película “The crucible”, cuando grita a la horda de gente que
le rodea, con la mayor sensatez que le permite la situación: “¡Digo que Dios
está muerto!”, y ver cómo todos esos imbéciles se persignan o enmudecen de
horror ante la evidencia lógica de su manifiesto; qué bonito sería no estar
pendiente a que el mundo entero te acepte por mostrarte tolerante, comprensivo,
humilde o abierto a las cojudeces de casi todos; qué bonito sería no tener que
elogiar a los estúpidos que son parte de tu gremio, organización o juntucha.
Fingir estresa, en serio, estresa mucho y orilla a que los
demás no tengan otra alternativa que ejercer la hipocresía, igual que en el
cuento “Las ropas nuevas del emperador” de Andersen.
Habría que recalcar a esos frágiles que, cuando me refiero
al empute, no lo hago pensando en las cosas que odio, sino que me refiero a las
cosas, situaciones, acciones o pensamientos, de las que siento particular
vergüenza.
No me culpen por lanzarle mierda de su propia cosecha al
optimista que cree que por sonreír al oeste, todos los atardeceres serán más
bellos y menos fríos, tenga o no privilegios, pague o no derecho de piso por
respirar en un ambiente propicio o de condenación; no me culpen por no quedarme
callado ante cierta mierda que uno ni siquiera recibe como ataque, sino como la
que le hacen aceptar a uno como parte de su realidad, convenciéndole de que esa
mierda realmente es buena, constructiva, ideal, pertinente o sana.
No, ya creo que eso es pasarse de cojudos.
Quien no crea en el poder del empute a través de la palabra,
mejor no siga leyendo esto, porque esto mismo seguirá así y será peor, y no
quiero lamebotas de putipoetas regionalistas diciendo que odio a quien critico;
repito: no odio a esos cojudos, siento vergüenza de ellos por intentar hacer
creer a los demás que son buenos desde sus cojudeces, y sigo los consejos de
Paulo Freire al respecto: socializar lo que nos provoca vergüenza, indignación,
es el primer (no el único, sino el primer) paso para cambiar.
En todo hay extremos y los extremos son enfermizos porque
construyen una capacidad errónea de tolerancia, es un hecho comprobado:
normalizar el castigo, en siglos pasados, hizo que los linchamientos fueran la
cosa más normal y cotidiana que se podía ver, desde lanzar piedras a hombres
enterrados a medias y a mujeres enterradas hasta el cuello, hasta las
decapitaciones públicas o las ejecuciones en las que se invitaban a los
parientes de las víctimas para ver el insidioso espectáculo. Obvio que todo eso
ya no se ve, a menos que sea en una serie, recortada en sus versiones más
respetuosas, porque es ofensivo contradecir al optimista, es delito decirle al
optimista que nos emputa su apertura mental, que no de nalgas, sobre una
realidad que de seguro no es la suya.
Cómo no olvidar cuando Felipe Quispe, el Mallku, le dijo
ciertas cosas bien puestas a María Galindo en una Barricada (la que, por
cierto, Radio Deseo no volvió a emitir), o cuando Pedro Lemebel y Fernando
Vallejo también le lanzaron sus respectivas críticas, que ella tuvo que tomar
de buena manera e incluso con humor, no vaya a ser que actúe como cuando quiso
debatir (infructuosamente) con Agustín Laje, ah, y cómo no recordar a Agustín
Laje, quien, con esa actitud de clown itinerante que siempre muestra, como si
hubieran mezclado a un Zizèk bien inhalado con un Vargas Llosa cadáver que aún
sigue hablando de los cholos que no son parte de su arbolito genealógico y
sociopolítico, hizo las que quiso al ver que Galindo y las otras feministas que
le apoyaban, se fugaran de su charlita, esa noche. Tantos dimes y diretes,
tanta tela que cortar, tanta telita que romper...
Ah, cómo no olvidar el silencio político y social de muchos
durante más de catorce años, silencio que se interrumpió cuando otros comenzaron
a criticar a los del actual gobierno, y cuando hablo de esos del actual
gobierno, me refiero a esos tipillos que parecen hechos del mismo material,
salidos del mismo molde, estereotipos de gerentes de Ecomoda que antes eran
unos Nadies a lo Galeano y ahora son unos Nadies pero con poder, hechos a los
Tom Cruise pero con resentimiento por creerse blancos en un país de morenos: el
peor resentimiento viene de alguien que adquiere un poder que no merece y no
sabe cómo manejar; ay, tío Ben de Marvel, te hicieron decir que todo poder
conllevaba una responsabilidad, pero si el poder lo obtienen de amague tipos
que nunca han hecho nada constructivo en sus vidas llenas de simulaciones,
salvo hacernos reír por sus cojudeces, ¿dónde queda la responsabilidad? ¿Quién
tiene alguna responsabilidad sobre la elección de este gobierno y su gente que,
justos pagan por pecadores, no nos ha mostrado nada constructivo hasta ahora?,
ah no, nadie los eligió, fueron los que estaban disponibles luego de que el
caudillo patán (que no Patana) fugara como una ratita posera... Ay, esos
cojudos y la gente que los defiende, qué triste y chistoso a la vez. Emputan.
Y cómo no emputarse con los pititas que dicen que la Jeanine
ya no es su madrecita y que ahora (¡ahora!) no les representa (¿será que el
llamado Bolas sí lo hace? Los pititas del Bolas serían), o cómo seguir
escuchando a ese tipo común de personas que mezclan su aparente identidad
social con la ideología revolucionaria masista o evista o bolivariana, que no
le dicen América a América, sino Abya Yala: Yala de “Ya me la di” de seguro, y
que ponen Inti o Pacha o Jununtado o Kachilu a sus hijitos, quienes, recuerden,
después de crecer rechazarán ese fulgor paterno y formarán grupos indie bicolor
y sentirán que no han crecido en Bolivia, sino en una parte olvidada de
Europa... Ah, y cómo no emputarse de esas generalidades que, en cierta medida,
en verdad suceden y son parte de nuestra risible realidad.
Emputa que, cuando varios (no todos, varios, ergo: muchos)
se refieren a la ciudad de El Alto en redes sociales, lo hacen desde un nivel
que, ellos creen, es de superioridad civil, moral, ética o racial, y las
palabras salvaje, ignorante, bárbaro o masista salen a la luz; ¿qué culo les
importa la ciudad que ustedes pretenden poner por debajo de sus putas
existencias? ¿Tienen envidia o están obsesionados con la idea de una ciudad a
la que culpar por sus vacíos, eh, cojuditos/as, sí, ustedes, quienes pretenden
hablar por nosotros, que cuelgan imágenes de El Alto y lo juzgan cuando no
pueden ni acercarse a esta ciudad por miedo a sufrir alguna clase de ataque que
recrean siempre cuando se ven frente al espejo? ¿Acaso tienen hambre por
acumular datos para escribir sus croniquitas de mierda y pasarlas a esas
revistas light, que se conmueven por las imágenes que plasman ustedes, remedos
de Malinowskis, turisputitos y vampiros sociales que recalcan que es bien
bonito lo popular, lo que está rodeado de aguayos y coca y wiphalas, y todo con
la finalidad de mostrarse especiales, diversos e interesantes, cuando muy en el
fondo sienten sus ropas interiores humedecerse por salir de Bolivia a como dé
lugar? Y muchas de estas personas (disfakinpipol, diría el exministro ojiverde
caucásico y churco que ya sabemos y pronto olvidaremos) creen que son protagonistas de algo que vale
la pena, pero en realidad son participantes de existencias huecas, tan huecas
como las muelas de los marineros violadores y llenos de enfermedades venéreas
que llegaron a América cuando aún no sabían que sería América: es gente del
mismo nivel que la descrita en los anteriores párrafos.
Emputa leer a personas que manifestaron su pseudo-empute por
la muerte de George Floyd en las redes sociales, cuando, en la vida real, no
muestran interés por los problemas raciales o sociales que existen en su propio
país. El caso particular de una mujer que otrora fuera modelo (hace treinta
años, quizá más) y ahora se considera escritora, es relevante por su intensidad
y que solo es equiparable con su mediocridad: manifiesta su apoyo al movimiento
“Blacklivesmatter” en Twitter pero un año antes usa la frase “Negro de m” para
insultar a este morenazo mesticito y lengualegre que les escribe, señores del
jurado: a mí no me afecta, más bien me divierte, porque tengo la captura de
pantalla de lo que me escribió esta doñita y rapidito le haría saltar de una
pata por si quiere joder con sus pedos raciales de nuevo; así pues, esta autora
que intenta ser best seller no sale de eso, de intento, pues comete la babosada
de criollizar la lucha indígena en sus libros o, peor aún, minimizar el papel
indígena hasta hacer parecer a los pobres quechuas o al gran Huallparrimachi
como el hombre abeja de Los Simpson (verbigracias a granel: pinta a Juana
Azurduy como una ninfa de pechos exuberantes, culito de magnífica de los noventa
y cejas bien delineadas y al Supay, personaje mítico de los pueblos
originarios, como un vampirito adorado por los “indios ignorantes”, al estilo
de Khayman en las novelas vampi-rosas de Anne Rice); esto sí que es
preocupante, porque no basta que se considere escritora, peor aún, publica sus
libritos falsamente históricos y cargados de un racismo pasivo que se oculta en
una prosa soporífera (casi de telenovela, como el pedazo de caca que es esa
novela titulada “Entre el amor y la locura”, de otro autor que se cree humilde)
para vendérselos a estudiantes de colegios en cantidad masiva; esa doble moral,
esa hipocresía, es típica no solo en los que se creen escritores, sino en casi
todos en todas las artes y ciencias bolivianas; la redactora de la que hablo no
necesita publicidad en este escrito, la usé como ejemplo mayoritario, y bien
saben los que la han leído quién es, no vaya a ser que la confundan con otra
con mismo recorrido (porque no hay, salvo que le cambie de sexo y ponga los
apellidos Tellería o Vera de Rada o Manjón en el párrafo).
Emputa la hipocresía, cuando amigos que conoces dicen que
son re-tolerantes (rwe-tolerantes), porque denuncian actos de machismo por
redes sociales y están a favor del feminismo y los ves contradiciendo su
discurso cuando pueden y con quien les tire bola; emputa el uso de la palabra
“humildad” en artistas que, cuando pueden ser sensatos, lanzan el “indios de
mierda” después de sus conciertos de trova, sean tan viejos o tan jóvenes o tan
de clasemedia como son; emputan los llamados intelectuales que contradicen sus
discursos en contra del capitalismo cuando cobran un alto monto de dinero por
sus charlas antiimperialistas; emputan los Kjarkas, el Amilcar Barral con su
camiseta de don barredora o los especialistas en Covid-19, que creen estar en
la serie Rick & Morty; emputan las grabaciones de militares amenazando a
ciudadanos, los audios de juezas borrachas contando sus pajas judiciales, las
grabaciones ilícitas de tipos que piensan más en la Biblia que en sus tres
matrimonios fallidos, en publicaciones de Facebook o Twitter de personalidades
que muestran una cara que en la vida real no tienen; en fin, el empute al
parecer es infinito y los proveedores de dicho sentimiento parecen no cansarse
de cagarla cada que pueden.
El empute lo tenemos todos; eso sí, algunas veces nos sale
bien, algunas otras nos sale muy mal. Hay que seguir la afirmación griega de
molestarse en el momento correcto, con la gente correcta y por las razones
correctas; no obstante, de nada sirve emputarse y dejarlo ahí: eso sí, lo
importante, primero, está en iniciar con dudas razonables que emputan, como las
siguientes (sacadas de las infinitas preguntas que me formulo siempre que puedo
y escribo en mi librito “blanco intolerante protrumpbolsonaropitita”):
¿Cómo estará la hermanita del que fue conocido como el bebé
Alexander, ese pobre niño que murió en condiciones muy dudosas?
¿Seguirá Rossemarie Caballero defendiendo a supuestos
violadores en las redes sociales, solo porque son jóvenes y le recuerdan a sus
hijitos o algo así?
¿En qué quedó ese caso de violación de la cual el tal “Simón
dice” (el hijo de la gran Cristina Corrales) era acusado?
¿Por qué ya no vemos al tal Kory Paco en la red ATB, será
que su desaparición tiene que ver con esa noticia de un accidente de tránsito
en la cual él había sido involucrado?
¿Volverá a aparecer Jimmy Iturri en los medios de
comunicación, en los jurados de premios de novela o en los restaurantes de la
zona sur que ofrecían buffet de mariscos?
¿Será que Homero Carvalho sigue diciendo que ganó el premio
nacional de novela dos veces y el premio nacional de poesía y de cuento, cuando
solo ganó los premios municipales de novela, de cuento y de poesía de Santa
Cruz?
¿Luis Fernando Camacho anunciará que está poniéndose de
novio con alguien o saldrá del clóset urbano de una buena vez, dado que anunció
recientemente que se divorciaría de su tercera esposa? ¿Y qué tiene que ver
Pumari con esta separación?
¿Cuál será el destino de los respiradores ch´apis que el
gobierno consiguió?
¿Cómo seguirá este conflicto de salud, tomando en cuenta que
seguiremos siendo gobernados por estos cuatecitos que, al parecer, siguen
pateando oxígeno, literalmente oxígeno inasible, y no posible por respiradores
óptimos?
¿Y qué del caso de la Lirio que dice que fue tratada como
balón de fútsal hace tiempo en la ciudad de El Alto? ¿Cuándo resolverán si fue
una confusión o un hecho comprobado?
¿Alguien ya vio Mi socio 2.0 y piensa que es buena película?
¿Cuándo se castigará a los huevones y bolas del gobierno
transitorio que fueron hallados culpables por actos de corrupción y
discriminación?
Esas dudas emputan, sí, pero no basta con formularlas: hay
que ahondar y trabajar en cada una a partir de la intensidad que tienen, o la
hipocresía o situación que más nos empute de cada una.
Un ejemplo concreto:
La anterior semana estaba conversando con Carlos Macusaya y
le pregunté por qué los llamados simpatizantes del indianismo no se atrevían a
escribir narrativa: cuentos, novelas o relatos. No hay una novela aymara
concreta, siempre las novelas que incluían a aymaras las escribieron aquellos que
se aproximaban a lo aymara pero nunca se zambullían en la profundidad de lo
aymara. Le recordé que Manuel Scorza, uno de los pocos escritores peruanos que
se consideraba indio quechua de la sierra peruana, afirmaba en una entrevista
que la literatura podía ser también importante para las luchas de
reivindicación social, tanto y más como manifiestos de apelación en casos de
injusticia. Macusaya me contestó que el problema de los indianistas actuales
era que su pasión estaba en saber quién era más genuino en cuanto a lo indio, y
que por eso muchos invertían su tiempo en escritos académicos de temas
sociales, más que en novelas o cuentos. Lo mismo, pero en otras palabras, me
dijo hace casi quince años Vitaliano Soria, docente en varias carreras de la
UMSA, cuando aseveró que la escritura académica era realmente seria y la
narrativa no. Ídem pasó con Rolando Barral, educador y escritor de análisis
pedagógicos diversos, cuando afirmó que cualquiera podía hacer cuentitos
altisonantes, dignos, en vez de hacer cosas más serias y productivas, como
ensayos o artículos.
Esa forma de menospreciar la narrativa o verla por debajo de
otros escritos siempre me emputó, cuando no se comprende que el arte narrativo
o la literatura, pueden ser tanto o más relevantes, en tanto sigan la idea del
impulso narrativo.
Ahí mi empute específico casi acababa. Le dije a Macusaya:
“La literatura es poco para los indianistas, ¿verdad?”; Macusaya dijo que no
tenía formación en eso, pero que sí existían escritores con potencial para escribir
narrativa india, la cosa era impulsarlos nomás.
¿Qué hacer entonces? ¿Cómo avanzar más allá de este último
empute y trabajar para salir del estadio de indignación?
Tiempo nomás es.
Ahora, habrá que ver qué dicen los huevones aludidos en este
escrito, hagamos que se emputen nomás, porque ya saben: es bueno el empute, lo
malo es quedarse en el empute nomás.
Ah, Bill Maher y sus monólogos con gente blanca en todos sus
asientos…
Ah, películas de zonasureños sonsos que almuerzan todos los
días en el Megacenter y conquistan a las más bonitas del... Megacenter...
Ah, publicaciones de Facebook de empleados del gobierno que
son tan racistas como ecologistas son esos papanatas que defienden a un zorrito
más que a su propia gente, en tanto siguen comiendo sus sajtitas para el
ch´aqui.
Ah, sociedades de “escritores” y “activistas” que transmiten
por Facebook sus felaciones simbólicas, todos bonitos, todos políticamente
correctos, todos muy blanquitos, bien peinaditos, multicolores, bien estables
en sus relaciones humanas, sin manchas en sus historiales... así como ciertas
activistas que le dicen a uno de todo en redes sociales, sin pruebas... vamos,
empútense pues por lo que deberían emputarse.
Les estoy esperando.
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