Todo entusiasmo no debería ser gratuito,
jamás. Cuesta tiempo, vida, dinero, porque no somos seres hechos de palabras,
como diría algún mal poeta: somos seres que comemos, que soñamos, que nos
esperanzamos con ideas y queremos que se conviertan en una hermosa realidad.
Así como pasó a principios de 2020: Rosmery
Chuquimia me había contado la idea del Café cultural de especialidad que
pensaba llevar a cabo con Liz, su hermana. Esta idea me pareció genial, mas llevarla
a cabo era otro cantar, como sucede siempre con todas las cosas.
Con los años voy aprendiendo que las ideas
son buenas, pero no son nada sin su complemento en la práctica: a veces puede
más el pretexto, la excusa, el miedo o la inseguridad de fracasar; pero estamos
hablando de Rosmery, quien me enseñó algo que creo será mi norte desde ahora: el
trabajo siempre se defenderá con el propio trabajo. Puedes ser un inversionista
entusiasta con verborrea de Og Mandino y eso no te servirá de nada si no
trabajas. Ella hizo muchas cosas a lo largo de 2020, en plena pandemia, y no se
sintió derrotada en ningún momento y, de yapa, me demostró que todo puede ser
posible, porque ella, ella misma lo hacía posible. Y la gran frase de la
película Million Dollar Baby: “Es la magia de arriesgarlo todo por un sueño que
nadie ve más que tú” de Clint Eastwood, la representa totalmente. Muchas veces
me explicó en su práctica cotidiana, que la vida era algo más que ver a la
humanidad como un hoyo de podredumbre, como la ven ciertos nihilistas falsos y
cobardes. Y si yo simpatizo con el nihilismo, lo hago por una razón: comprender
al ser humano y entregarle en mis trabajos mi entusiasmo y mi pasión antes que
la muerte me alcance, como a todos, porque todos estamos condenados a morir en
cualquier instante. El vacío no se justifica, está ahí, siempre estuvo, y por
ello hay que mostrarle el mejor rostro antes del fin.
El proyecto del café cultural de
especialidad se irguió ladrillo a ladrillo durante parte de 2019 y todo el 2020,
incluida la época de cuarentena, en medio de este trabajo que Rosmery y Liz
hicieron, había la posibilidad de tener un espacio donde se podría “hacer algo”
y ahí, como una idea conjunta, nació la iniciativa de la biblioteca.
A finales de 2020, iniciamos.
Al principio quisimos comprar libros de
todo tipo en la feria de la 16 de julio, la idea era conseguir literatura
difícil de hallar. Hicimos algunas visitas a los libros usados y comprendimos
que tendríamos que gastar mucho si queríamos algo concreto. Luego se nos
ocurrió apelar al entusiasmo de la gente, no preguntándoles: “¿Podrían donarnos
algunos libros?”, sino atacándolos directamente con la siguiente frase: “Vas a
donar, ¿no ve?”; el “no ve” siempre me pareció una señal de que nunca estamos
seguros ante nuestras propias opiniones y buscamos que apoyen lo que dijimos. Por
suerte, una gran mayoría comprendió el mensaje y nos ayudó.
Decidimos bautizar a la biblioteca con el
nombre de Crispín Portugal, uno de los fundadores, junto a Beto Cáceres, Aldo
Medinaceli y Darío Manuel Luna, de la editorial Yerbamala Cartonera. Muchos me
preguntan ¿por qué?, y yo les respondo: ¿Por qué carajos no? ¿Por qué no tener una
biblioteca como la nuestra con el nombre de uno de los nuestros, en la ciudad de
El Alto, cerca de la feria de la 16 de Julio? ¿Está prohibido acaso tener un
lugar así en El Alto, con quizá la misma calidad (o con calidad superior, claro)
que cualquier lugar dizque cultural en la ciudad de La Paz?
Mucha de la gente que aportó para la
biblioteca lo hizo de corazón. Algunas instituciones y personas entregaron libros
con el entusiasmo que siempre les caracterizó, como editorial 3600, que donó
gran parte de su catálogo... Hay tanta gente a la que agradecer, gente que sin
otros intereses nos llamó para que fuéramos junto a Rery (nuestra voluntaria y
la que nos ayudó, desde inicios de febrero, a transportar libros con su coche, desde
la zona sur a El Alto), que este escrito se extendería varias páginas y con justa
razón.
La biblioteca está allí, pues. Tres meses
de trabajo arduo nos costó.
Es popular porque tiene más de 3500 libros,
95% de ellos producto de las donaciones del pueblo.
Es participativa porque tendrá infinidad de
actividades y talleres, además de la atención diaria y gratuita.
La biblioteca Popular Participativa Crispín
Portugal es parte del Amta Café Cultural, resultado del esfuerzo de Rosmery y
Liz, junto a su grandioso equipo de trabajo. A todos ellos les agradezco
haberme hecho parte del proyecto, que seguirá y seguirá hasta convertirse en lo
que ya es: un hogar único donde la cultura boliviana nazca, se replique y se
fortalezca.
Lo que me enoja (y ya dijo algo parecido mi
hermano Hugo), es que siempre habrá personas que considerarán “pequeña cosa” a lugares
como el Amta, cuando en realidad esas mismas personas buscarán colgarse de la “pequeña
cosa” porque, muy en el fondo, son parásitos; ya saben, de esos que hablan de
que pensaban hacer algo así pero que no pudieron lograrlo porque bla bla blá; no
hagamos caso de esa gente de mierda, que se mete en las fotos aparentando ser
parte del esfuerzo ajeno; escuchémosles sugerirnos qué hacer, digamos: “Buena
idea” ante sus sugerencias y veámosles alejarse como lo que son, huevaditas con
patas y ya.
En mi destino azaroso de escritor, que en
un día de cuarentena casi se muere de hambre y al otro está viajando a
Cochabamba para recoger donaciones en la plaza de armas, siento que debo ir por
otro camino, así, a lo David Banner en Hulk; pero no me alejaré del todo del
Amta, ese lugar donde el entusiasmo es espectacular y es resultado del trabajo
con amor, paciencia, buenas vibras y pasión.
Y ya saben, El Alto no solo son cholets, electroprestes,
cholitas cachascanistas o crímenes contra jailones que se creen parientes de
Rachel Welch. El Alto, ya lo quiso demostrar el propio Crispín en su tiempo y
ahora lo está demostrando con creces el propio equipo del Amta Café Cultural,
puede ser la metrópoli que alguna vez La Paz quiso ser.
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