Dedicado a Mario Rodríguez Ibañez
En el libro "Criaturas del aire" (1979), Fernando Savater se pone en la piel de los personajes más representativos de la literatura universal y los analiza para el placer de los lectores que lo seguimos desde hace tanto.
En cierto capítulo Savater se anima a presentar, en clave de monólogo, a Fu Manchú, quien le habla al lector con una humildad que raya en el patetismo y que, en vez de conmover (intuimos que él quiere despertar ese sentimiento), da risa.
Pronto sabemos que sus intenciones, más allá de la bondad intrínseca que intenta mostrar, son otras más oscuras. El monólogo termina con una advertencia de Fu Manchú, diciendo que una nueva era, en la que él será el líder, comenzará, y que sus enemigos se preparen, porque él está listo para, "con humildad", hacer uso de la fuerza.
Savater en ningún momento analiza a Fu Manchú, pero lo expone, muestra su verdadera naturaleza: cualquier persona que resalta a cada momento su "humildad" es en extremo peligrosa. Es como el infiel que sermonea a los cuatro vientos que respeta la monogamia, o como el político que vanagloria la democracia y no discute sobre ella con el pueblo.
"Los humildes", esa categoría venenosa que proliferó y se multiplicó (institucional y carnalmente) desde mediados de los noventa en Bolivia, son un cáncer que debemos extirpar.
No hay difamación cuando se dice la verdad.
La gente que se aprovecha de los verdaderos humildes, que está con la cámara lista para fotografiar o filmar masacres, que pretende abrazar al hambriento y que busca financiamiento con la sangre de los ninguneados, de los rechazados, de los parias, es ese cáncer.
Pueden ser de derecha, de izquierda, del centro o apolíticos, pero existen y siempre están listos; se arrastran por las cloacas como los Thénardier lo hacían en los campos sanguinolentos después de la batalla, o como los periodistas de aquella grandiosa película titulada "Ničija zemlja", de Danis Tanovic ("Tierra de nadie", 2001): buitres que buscan el mejor ángulo para ser captados por fotógrafos ajenos, que no saben lo que piensan los humildes verdaderos, pero pretenden describirlos en sus proyectos para alimentarse de aquella imagen que hace algunos años se llamó "pornomiseria", porque se deleitaban en el dolor de los otros. Fernando Vallejo los describe sin asco en "La virgen de los sicarios" y el mismo Eduardo Galeano los edulcora otro tanto en "Patas arriba".
Esos que pretenden saber qué piensan los jóvenes y les hacen materiales didácticos (reemplazan tenis Nike por IPad, por ejemplo) para mostrárselos a los "financiadores" externos: De esos hay que cuidarse, y mejor si se los decimos de frente lo que son, a la primera oportunidad, pues huyen, se esconden en la indignación creada, esa indignación de "por qué me dices eso" o "con qué autoridad me lo estampas en la cara"; esos no tienen autoridad alguna para hablar del pueblo. Pero se alimentan de él sin vergüenza.
A esos hay que herirlos en su "humildad", destrozarlos con estilo. No pegarles (no se merecen ese esfuerzo), sino demostrarles que no saben un ápice de las p´ajpaqueadas que redactan para lactar de las oenegés o del mismo estado.
Repito, pueden estar en cualquier parte, vanagloriar al nuevo gobierno u odiarlo, no importa dónde y cómo, pero existen.
No hay difamación en la verdad.
A esos hay que desnudarles con la verdad.
No olvidemos los hechos verdaderos, sean políticos, rutinarios, vitales; no olvidemos la verdad y desenmascaremos a los falsos embajadores de la sangre derramada.
No olvidemos ser leales con el pueblo, no con consignas huecas que pretenden ser de moda.
No olvidemos decir las cosas como son.
Imagen de cubierta: fotograma de "Les miserables"
(2012).
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