Leo a Daniel Averanga
desde hace mucho. Contemos años… Lo conocí en persona el 2015, en la Feria del
Libro de La Paz. No tuvimos las cervezas que merecimos juntos por factores
ajenos. Talentoso e irascible. Así como solícito y divertido.
Me pidió un breve
texto de contratapa para este libro. Su lectura, que es segunda luego de un
intervalo de tiempo, me decidió a encarar otro perfil, no precisamente a
delinear estas páginas sino la literatura de Daniel en general.
Terminé, no cerré el
libro sino que apagué el teléfono. Recostado mientras el invierno sopla afuera,
decidí llamarlo y expresarle en persona lo que escribo aquí. Daniel ha avanzado
muchísimo en su prosa. La calidad estaba presente de entrada, pero en esto hay
que adquirir oficio y veo que el autor lo ha logrado con creces hasta alcanzar
la soltura que predice grandes obras. Se lo dije porque me sorprende el aplomo
creativo de Daniel. Además de ser orfebre veo que detrás de sus letras hay un
sólido bagaje literario que viene de sus lecturas. Llega, creo, a una
encrucijada en la que tendrá que tomar partido por la literatura, dejar pequeñas
e inútiles batallas, para dedicarse a lo que hace bien: escribir. Todo, incluso
sus innúmeras guerras, debe volcarse a la obsoleta tinta creativa. Ahí lo
queremos.
Claudio
Ferrufino-Coqueugniot, noviembre del año aciago.
Comentarios