Roscas, ESCRIBO y otras huevadas



En un certamen mundial de domesticadores de ranas, terminaron como finalistas tres países: Argentina, Chile y Bolivia; el último reto consistía en poner a cada domesticador frente a turriles llenos de sus propias ranas y hacer que ellas no se escaparan. El argentino selló su turril con cinta de embalaje, produciendo que algunas se ahogaran; el chileno puso cierto elemento químico pegajoso en los bordes y muchas se quemaron por su contacto; por último, el boliviano no hizo nada y vio con fascinación cómo las ranas se movían en el interior de su turril, pero sin salir, ante la mirada absorta de los jurados del concurso.

Al final el boliviano ganó porque ninguna rana se le murió ni trató de escapar de su turril. Muchos de los jurados pensaron que dicho éxito había dependido de la capacidad mental del domesticador por dominar la mente simple de las ranas, pero no, cuando le preguntaron cómo había logrado semejante prodigio, respondió que era fácil: “Son ranas bolivianas” dijo, “todas quieren trepar sobre las demás y arrastran a las que están por encima para subir; así pasa siempre, es como si pensaran: mejor que nadie surja si no surjo yo”.

Ese chiste nos los contaba Rolando Barral (escritor y docente de la UMSA) hace unos quince años, cuando yo todavía cursaba de la carrera de Ciencias de la Educación. Todos los estudiantes de entonces nos reíamos, obviamente, pero sin profundizar en el sentido del chiste, de lo que sugería.

Una de las características del boliviano, dicen, es la de ser mierdero y esto no es una exageración: mierdero en el sentido de arrojar caca a lo que está creciendo o a lo que aparenta crecer, con el fin de opacar con esa misma mierda la primicia en cuestión: demostrar que uno es sabio cuando le dice al otro “pero” ante cualquier iniciativa, pisarlo si está avanzando o poner en duda sus intenciones.

Más allá de esto, me parece que hay que ser sinceros, ser mierdero es una cosa y decir las cosas como son es otra, aunque uno termine sacando a la luz la mierda de esos “otros”, los oportunistas, los hipócritas y los mediocres malaleches que siempre existen y existirán, y porque exponer la mierda es más sensato que arrojarla al acusado porque sí.

Que hay roscas y rosqueros en Bolivia no es novedad. Desde los vicuñas y vascongados (señoritos de hace cuatro siglos y poco más), pasando por los liberales y los conservadores (otros jailones que, en su mayoría, se estrenaban “violando” a sus empleadas aymaras, guaraníes o quechuas [y de cuántas otras etnias más], muchos con peores males que los de la concupiscencia o el racismo), hay roscas en todas partes y promovidas a montones. Las hay hasta en el campo de la literatura y la filosofía, y claro, puede ser una señal de buena salud el que haya este tipo de agrupaciones, pero cuando ellas quieren acapararlo todo, ahí comienza lo malo porque a veces llegan a influir en el panorama ajeno a nuestros tristes territorios plurinacionales.

Así que es mejor mostrar la mierda en su elemento, con nombres y apellidos, no para subir por encima de ellos, ya que seguimos con esa figura de los turriles de ranas (aunque creo que Barral contaba el chiste con “grillos”), sino para mejorar y eliminar la mala costumbre del menor esfuerzo o, como alguna vez sugirió Willy Camacho: no conformarnos con el menos peor.

Hasta el mes de junio de la presente gestión, fui parte no operativa de un grupo de escribanos que iban a colegios a tratar de acomodar sus libros, contando, obviamente, con la aprobación, permiso y hasta a veces complicidad de docentes y directores, autoridades educativas, padres de familia y todo eso. El grupo en cuestión se llama ESCRIBO (Escritores Bolivianos). Estuve con ellos casi dos años, acompañándolos en sus ferias escolares, pero quise salirme de ESCRIBO desde el mismo mes de febrero de este año, no tanto por no querer participar en sus ferias (al final, siempre que iba donde me convocaban, terminaba vendiendo algo de mi producción), sino por la hipocresía, doble moral e inoperancia de su directiva. Tuve oportunidad de decir todo lo que tenía que decir, pero terminé minando su funcionalidad, presionándolos tanto, que me mandaron, vía David Vildoso Lemoine (limón en lenguaje plurinacional), una carta de expulsión, la cual estaba tan mal escrita que daba risa y cumplía mis intenciones al pie de la letra. ¿Los motivos de mis juicios sobre ESCRIBO? Obviamente hay muchos, pero paso a enumerar los más importantes:

1. Al principio Francisco Bueno, que fue por un tiempo parte operativa del SENAPI (ya lo botaron, escuché por ahí: no renunció, LO BOTARON), me dijo que ESCRIBO iba a funcionar “como una especie de SOBODAYCOM pero literario, ayudando a escritores a que sus derechos no se vulneren, porque no hay ninguna institución, ni editorial, que ayude a los escritores como lo queremos hacer nosotros”. Esta idea era muy interesante, porque muchas veces no se priorizaba al escritor en ferias e iniciativas culturales e incluso, cuando algunos amigos me preguntaban que por qué estaba en ese grupo de gente que no sabía escribir (refiriéndose, más que todo, a Vildoso y Bueno), yo siempre respondía con eso que Francisco me había explicado en primera instancia. Y pues, el año pasado gané, en Cochabamba, el Concurso Municipal de Novela “Marcelo Quiroga Santa Cruz”, pero el gobierno municipal cochabambino no me pagó nada sino hasta mediados de septiembre de este año (diez meses después de anunciármelo). Desde febrero había exigido a ESCRIBO que se manifestara en apoyo a este problema, no solo mío por entonces, sino también de otros autores como Gabriel Mamani (que ganó el Premio Nacional de Novela el año pasado con su novela “Seúl, São Paulo”) o Rodrigo Urquiola (que obtuvo el Premio Municipal de Literatura del municipio de Santa Cruz de la misma gestión con su libro “Canario y otros cuentos”); el grupo en sí no se manifestó en ningún momento; incluso dije que sacaran algo a favor de Urquiola o Mamani (que ni me nombraran si les incomodaba), pero nadie del grupo de ESCRIBO apoyó esta moción; cuanta más presión lanzaba, me salían con otras cosas, hasta que terminaron por “botarme”, acusándome de hablar mal de ellos. Vildoso me escribió y dijo en un audio que “tuviera cuidado” con manifestar palabras comprometedoras sobre la directiva de ESCRIBO, ya que muchos de los que formaban parte de la juntucha eran “abogados”. ¿Acaso ésa era una amenaza?, pensé. ESCRIBO no protegió en ningún momento los derechos de los escritores que necesitaban ayuda.

2. Su excesiva pompa ombliguista a la par de oportunista: dijeron a finales del año pasado (así, con un secretismo de “no les vas a decir a nadie(s)”) que ellos, los ESCRIBO, supuestamente estaban charlando con el ministerio de educación para incluir muchas de las obras de sus autores-socios a las lecturas sugeridas para los colegios en el Currículo Base y, de paso, en el Currículo Regionalizado. Charlando con ciertos escritores ajenos a ESCRIBO, nos damos cuenta que eso era ilícito a la par de rastrero, porque se necesitaba de especialistas en crítica literaria para que aprobaran esto y sugirieran estas obras nuevas (de autores como Efraín Muyurico o Hugo Revollo [entre otros], que auto-editaban sus libros sin siquiera un ápice de responsabilidad en cuanto a sus errores básicos de ortografía) en el currículum nacional.

3. ¿Ser parte de un grupo en el que están escribanos racistas como José Párraga, aquel fan de Luis Fernando Camacho y de paso fracasado comunicacional que llora en Facebook porque, supuestamente, lo han pirateado, o Sisinia Anze, que opina sobre la muerte de George Floyd con esto del #blacklivesmatter pero usa la frase “negro de m” para insultar cuando alguien cuestiona su calidad como narradora? ¿Estar en un grupo donde no se cuestiona a Rossemarie Caballero Vega, quien defendiera de manera tácita a los violadores de una mujer en Santa Cruz, hace unos años, aduciendo que la señora debería agradecer a los violadores por “hacerle el favor”, ya que eran más jóvenes que la atacada? ¿Estar en un grupo donde está David Vildoso, quien, para cuando publicó independientemente su libro “El árbol que llora sangre” (2014), ponía literalmente a Evo Morales en su contratapa, buscando financiamiento quizá, en tanto decía (fuera de micrófono) que despreciaba a los masistas y a Evo? Doble moral, porque, incluso cuando le exigí a Francisco Bueno que, como él era parte vital de ESCRIBO en ese momento (además de ser por entonces empleado del SENAPI), se manifestara en apoyo al problema del pago de los premios a Urquiola, Mamani o a mí, me respondió que, como yo no había ayudado en la constitución de los reglamentos de ESCRIBO, no exigiera nada.

4. Hipocresía, porque Francisco Bueno dijo que los premios nacionales y municipales que habíamos ganado Mamani, Urquiola y yo, los habíamos ganado porque pertenecíamos a esas roscas. En palabras de Bueno, luego de que le pasara un artículo de Gabriel Mamani, titulado “Sobre los premios literarios”, publicado en mayo de la presente gestión, escribió lo siguiente:

    “(...) por eso no creo en los premios, primero por lo que plantea el articulo, segundo por que los premiadores son generalmente los mismos o poseen los mismos criterios sesgados sobre lo que es y lo que no es literatura 8es decir intelectualoides con pipa)” (sic).

5. Los propósitos ambiguos de ESCRIBO como sociedad de gestión colectiva; es decir, ¿defender a escritores o a su fuente de ingresos personal? Yo no estoy a favor de la piratería, pero tampoco me haría problema si llegan a piratearme: me sentiría piropeado, sinceramente, porque no me siento especial por escribir; me gusta, y mucho, porque vivo de esto, ¿pero indignarme porque pirateen mi producción?; hasta ahora nadie ha ido a la cárcel por piratear libros, y yo crecí consumiendo piratería, así que sería hipócrita chocar en contra de esa industria porque me siento “más arriba que los demás”; ESCRIBO y sus integrantes (no todos, por supuesto), se creen muy importantes y realizados, pero no son más que copias de lo que alguien les hizo creer que iban a ser; no los culpo por ese miedo al olvido que tienen, ese miedo a que no sean importantes para el resto del mundo, ¿quién no se ha sentido indispensable en la adolescencia, esa fase entre la masturbación ontológica y la búsqueda de una identidad definida? Hay que comprender que el ego en ESCRIBO fluye en tanto les prestemos atención: habrá que exigir al SENAPI y al Ministerio de Culturas (cuando reabra), seguir de cerca las actividades de este grupo, no quitarles el ojo, no sea que los estudiantes bolivianos de las futuras gestiones lean “Salitre sangriento”, “Entre el amor y la locura” o “La luna de Apolo” y crean que esas obras son el cenit del pensamiento intelectual boliviano: perderíamos muchos buenos lectores que se irían a estudiar ingeniería.

Hay roscas y hay roscas. No olvidemos a los jailones que tienen su propio grupito, que se prologan entre sí, que se reseñan con rapidez solo porque son buenos amigos, o los que responden con las mismas respuestas a los entrevistadores y mencionan los mismos nombres de sus cuates cuando se les pregunta sobre buenas nuevas en el campo literario boliviano; además de esas roscas de diplomáticos que escogían jurados inútiles las anteriores décadas: ¿qué carajos hacían, por ejemplo, Edmundo Mercado o Jimmy Iturri como jurados en ciertas versiones del Premio Nacional de Novela, convocados por el grupo Santillana (2000-2010), la Embajada de España, la red ATB y el Ministerio de Culturas? ¿Esos jailones mencionados tenían algún mérito además de ser trepas y docentes que alguna vez intentaron escribir decentemente, fracasando de manera rotunda? Algo del panorama cambió con la década 2010-2020, quizá los de ESCRIBO siguen pensando en las injusticias de la década 2000-2010 y por eso mantienen ese discurso victimista... quién sabe.

Lo que sí se nota es que ESCRIBO no ayudará a los escritores, sino que buscará acaparar espacios (consolidar un monopolio) para satisfacer sus egos mal construidos sobre trabajos ineficientes; el hambre de querer figurar, de querer ser importantes, de vivir de la escritura (que pocos, casi ninguno de ellos cumple), se reflejan no solo en la ambigüedad de sus disponibilidades por mejorar el panorama literario cultural boliviano, sino en su nulidad al momento de ayudar a escritores y en perder el tiempo cuestionando, sin fundamentos, los más recientes premios literarios.

Recuerdo cómo Paul Tellería me dijo, antes que le entrara la menopausia editorial, que: “Willy Camacho se creía gran cosa por haber ganado un concurso de cuento”, hace algunos años; Paul, que le sobaba las bolas imaginarias a Bolaño y ponía la foto de Bryan Cranston en sus redes sociales, también fue una muestra de las roscas de su tiempo, siendo jurado constante del premio de cuento Franz Tamayo, mismo premio que criticó a Camacho (por debajo).

Habrá que analizar qué sucede de acá en adelante. No será sorpresa si aparecemos con una propuesta de ESCRIBO sobre convertir las lecturas para el Currículo Base en el nuevo Wattpad para nuestros pobres estudiantes.

 

 

 

 

 

 

Comentarios

yo misma ha dicho que…
HHUUMMM... al fin leo las cosas del otro lado, yo pertenezco a Escribo y te conté que me opuse a tu expulsión, me dijeron que te expulsaron por temas personales. Te comenté mi parecer en vivo y directo... lo 100% real que mencionas son las roscas, generalmente se hacen roscas en cualquier cosa, imaginate en mi caso: hicieron un compendio de historietistas bolivianas, convocaron a algunas, y metieron a cuanta cosa encontraron, faltaba alguna que hiciera macrame y alguna que hiciera piñateria, sin embargo dos de las que mas historieta hicimos no estábamos, sólo por que a la directora de la rosca de historietistas no le agrado, pfff... estamos hablando de una vieja de 40, con profesión que nunca hizo una obra con un mínimo de importancia en la historieta, ¿vemos que mucha diferencia no hay , verdad?