Nadie me habla acá.
Quiero que alguien me hable, por favor.
Misterio, silencio, locura, amarillo, estuco, libertad, oportunismo, luces, vulva, sangre, soledad, esfuerzo, paisaje y frío, mucho frío, fueron las palabras convertidas en hilos de este mi universo.
Flauta, teclado, violín y cuchillo; rasgo ahora el aire mediante oscilaciones asesinas de átomos que nunca se dividen pero sí se separan porque aquello es parte de la vida (el separarse), y con esto me doy cuenta que la existencia de todo lo que me importa y lo que no, se abre a mis pies como si fuera la boca de un gusano con un exoesqueleto que tiembla y es inasible, y se abre, oscura y melodiosamente, con el único objetivo de arrancar mis carnes y así comerme.
Recuerdo el día en que todo cambió.
Estaba confundido. Escuchaba rumores varios pero no veía más que niebla frente a mis ojos, como si todo se hubiera llenado de una placenta insubstancial. Oí, de pronto, en medio de esa niebla, a alguien decir claramente que estaba en su derecho de emitir juicios de valor porque era anciano y que, por tener más edad, arrugas y estar más cerca de morir, merecía respeto. Olvidé en ese momento las tierras del oriente y pensé al anciano como alguien desfigurado, muerto, perecedero, y esa voz sonrió en su descomposición, antes de extinguirse de mis percepciones por completo.
Sentí que me abría las venas, como si tratara de romper bolsas de plástico negro con las yemas de mis dedos que estaban, en ese instante, con las uñas recortadas, tembloroso todo y de color escarlata como mi alma y el alma de la maldad, todo al ritmo de la marcha sepulcral que oscilaba cerca de mis mejillas y evitaba penetrar en mis oídos.
"Es una locura maltratar mi piel pero funciona", pensé, al momento que (y lo sentía así como lo cuento) Dios aterrizaba en el fango de la existencia y levantaba, entre sus asquerosos dedos, algunos suicidios para degustar como aperitivos antes de la cena formal.
"Ay, Dios, sigue intentando ser alguien o algo; después de la masacre, nadie creerá en ti", le dije, y cuando estaba por renovar mis insultos a ese ser supuestamente celestial, escuché otra voz, clamando lo siguiente: "Soy un inútil que no produce nada pero que igual necesita de financiamiento"; era la voz de un "mierda" (ya no un viejo, ahora solo un "mierda") que había dicho eso como si fuera alguien correcto; apareció como una flatulencia, como un calambre, como la conciencia de respirar por la nariz. Apareció y dijo aquello; en ese instante abrí los ojos más de lo que quería y traté de atravesar la niebla que era todo el mundo.
"Reacciona, Marcos, reacciona de una buena vez", me dije y miré hacia mis antebrazos y los distinguí enrojecidos por mis dedos que los rastrillaron con efusión, ¡los vi levantando el fusil automático, como si quisieran cambiar de canal con el control remoto de la vida y este lugar repleto de voces y de desconocidos se aclarase espontáneamente ante mi sucia visión!
En efecto, vi mis brazos y luego al "mierda" y al resto de gente que me rodeaba en ese ambiente, ¡los vi a todos!
Disparé primero al anciano quien, con expresión de sorpresa me miró con el medio rostro que le quedaba, antes que aquel pedazo de pómulo que colgaba de su rostro abierto se le cayera entre el cuello de su chompa de lana de vicuña y el cuello de pavo que era su piel. Mi segundo objetivo fue el "mierda", que chilló como si realmente le doliera y se llevó las manos al vientre florecido por el proyectil que rasgó su piel como si fuera un globo reventado.
Disparé como cuarenta veces, y entre cargando y disparando sin clemencia, no fallé en ningún momento, sea para herir irreversiblemente a los más veloces, como para matar a los demás.
Vi primero ojos que se desintegraban ante los proyectiles; luego cuellos estallando con las pieles liberadas de su tapicería epidérmica, agitadas como trozos de tela al viento, jirones de sangre que parecían extremidades de hormigas que escapaban del caos que era la herida. Vi a tres niños expirar ante la violencia de los proyectiles que les habían destrozado sus caritas; vi a gente agonizar por las heridas en los pechos y cinturas; hombres reducidos a tráqueas, mujeres a clavículas.
Recuerdo luego aquello... Un objeto largo y frío que impactó contra mi sien derecha.
Vi destellos, esplendores y rayos, tibieza de sangre y convulsión.
Cuando desperté, los muertos me miraban sin parpadear pero seguían conscientes por estar mirándome, a pesar de carecer de ojos o de cuencas siquiera, me miraban, y estaban atentos.
Así fue y es, ahora, mi existencia, y sigo acá, esperando que alguien me hable...
***
Tales fueron las palabras que comunicó el espíritu de Raúl
Frías, (alias "Aqualung" en vida), al médium Kerurd Muliel, una
semana después de la masacre del "Colegio Nacional Ivan Illich", en
donde aquel primero falleció.
(FUENTE DE IMAGEN: http://m.info7.mx/internacional/revelan-imagenes-de-escuela-paquistani-tras-masacre/1503710)
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