Cierto periodista (que a su vez es considerado artista por
alguna gente, y se considera a sí mismo como tal, dentro del paupérrimo
contexto artístico boliviano) me dijo que yo, ¡yo, el desconocido, a ver!, lo
odiaba por haber criticado duramente su trabajo artístico, su esfuerzo, su
sacrificio.
No, el decir de frente las cosas sin condimentos llamados
amistad no es odio; si me dicen poco protocolar, atrevido, resentido, engreído,
es porque han subido hasta donde están, sin que exista alguien que les diga la
verdad, o al menos algo cercano a la verdad. Es más, habiendo tanto
pseudo-crítico que se frena por miedo a perder la amistad, podría decir que el
odio, en este caso, sería decirle al dizque artista: “¡Qué bonito te ha
resultado tal o cual cosa!”. Ser objetivo es imposible, por supuesto; yo nunca
alcanzaré la verdad, mucho menos quiero o pretendo llegar a sabérmelo todo en
cuanto a una película o una novela o un musical que esperen que reseñe; pero
tampoco voy a estar apoyando cualquier cosa.
En cierto momento este periodista me dijo que soy, además,
un xenófobo por decirle que, si él no venía a La Paz a hacer su dizque arte,
nadie lo reconocería en esa dimensión, y todo porque él es “de otro país”;
momento, momentito, que me diga que lo odio de la manera más telenovelesca
posible (o como si él fuera “una diva”) es una cosa, y que me diga que soy
xenófobo por criticar su esfuerzo nomás porque es extranjero, ya son
justificaciones imbéciles; ojo que lo digo con todo el respeto: él no es un
imbécil, como muchos de mis amigos escritores o como mis amigos a secas, o como
yo, pero eso no nos protege ni a ellos ni a mí de hacer imbecilidades, como las
que, efectivamente, hice hace años y seguiré haciendo (incluyendo cierto
tatuaje en cierta región posterior prohibida que poseo y que lleva el nombre de
una cantante que ni me gusta: resacoxis en Hispania, pues).
Somos seres multifacéticos, poseemos amistades, amores,
aficiones, pasiones y pasatiempos. Saber distinguir unos de otros nos evitan
malentendidos. Igual sucede en el arte, o lo que se ha hecho llamar arte
últimamente, y separar implica también dividir dimensiones y categorías.
Por eso, esta listita denominada Ética a Arístides (o como
se llame quien pretenda hacer arte), señala lo que no debe hacerse en este
asunto de tratar de hacer arte, en siete (SIETE, SIETE, NO DIEZ, PARA QUE NO TE
CANSES DE LEER) sencillos pasos:
Uno, si tu supuesto arte llega a mucha gente o mucha gente
lo consume, no significa que sea necesariamente arte.
Dos, si te has roto la espalda para hacer tu supuesto arte y
denotas más eso que el resultado final, pues no, muchacho, eso no es arte.
Tres, si te reseñan en varias partes y sacan notas
innumerables amigos o contactos profesionales (qué va, lo hacen por
conveniencia la mayoría) y hasta en las noticias tienes repercusión, pues no,
eso no es arte.
Cuatro, si haces un refrito de algo que ya nos sabemos hasta
el hartazgo y lo anuncias como “original” o “nunca visto en Bolivia”, no mames,
eso no es arte ni de lejos.
Cinco, si te apoyas en el qué dirán y no toleras la crítica,
pues déjame decirte que eso no se vale: el arte o producto artístico debe
defenderse a sí mismo, no gracias a terceros y mucho menos gracias a tu labia.
Seis, repito, el alcance masivo es el plus de un producto
artístico, no su fin.
Y siete, no hay sentimientos en crítica, así que no pienses
que te odian por ser pésimo, malo, poco original, o porque tu producto
supuestamente artístico no salió como esperabas.
Y bien, quizá esto no pretenda sepultar a nadie, qué va,
todos estamos en el mismo barco, solo que unos dicen “Tierra” al ver lomos de
ballenas, y pretenden llevarnos allí. Comprenden mi metáfora, lo que pretendo decir ¿verdad?
Fuente de imagen: Fotograma de la película "La loca historia del mundo" de Mel Brooks.
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