Gonzalo
Llanos, o Golla para los amigos, es un escritor que ha estado mostrando su
ingenio con sus trabajos literarios y lo ha hecho hasta ahora de manera
insuperable. Él mismo se identifica con el mundo a partir de un talento que
domina y que pocas veces es aprovechado por los escritores que prefieren
extenderse en prosa y explicaciones, pero que desde Solsejnitsin hasta Arreola,
pasando por Monterroso y Shua, ha sido visitado y revisitado: la microficción.
¿Será
que la vertiente de lo breve y bueno, que es bueno precisamente por ser breve,
tenga la delicadeza de quebrarse si se la manipula en demasía? Es de tontos
pensar que la literatura que tiene a la brevedad como esencia, será literatura
menor, como si lo “mejor” que habría escrito Bolaño fuera lo más extenso de su
producción (prefiero un millón de veces a “Amuleto” que “2666”, y sí, muchos me
apedrearían por este atrevimiento), o que ese mamotreto indescifrable y
cansino, denominado “Felipe Delgado” haya sido la cumbre literaria en cuanto a
la narrativa de un Sáenz que se defendía mucho mejor con “Los cuartos” o
“Santiago de Machaca”. Lo breve, ya lo demostró Rulfo, puede reunir mucho más
de lo que se puede leer.
Golla
demuestra, en su colección de narrativa breve “Cuento Feroz”, la genialidad del
diseño de historias que, en pocas líneas, adquieren superioridad argumental, en
comparación a trabajos presuntuosos que toman a la ciudad de La Paz como algo
más que una tramoya.
El secreto
está, y lo digo con sinceridad para aquellos que quieren adentrarse en el
pantanoso mundo de la microficción, en lo que no se cuenta, pero se ve más allá
de la cortina translúcida de nuestra imaginación. Golla se convierte en diseñador
de esta cortina, y lo hace tan bien, que un cuento de cinco líneas termina
flotando más allá de esas líneas y se recuerda incluso varios días después.
Los personajes
de Golla son creados sin artificios, pero con mucho arte, pues el arte, se ha
dicho, imita a la vida, y es aquí cuando podemos encontrarlos en la gente que
vemos en el cotidiano; no son héroes o villanos, genios o imbéciles maniqueos,
y eso denota, al menos en él, una capacidad superior de creación literaria desde
la verosimilitud: Golla observa, escucha, y a través de estos dos sentidos, diseña
sus universos microscópicos.
Un
libro de cuentos que Golla publicó hace un buen tiempo, y que,
sorprendentemente, se aparta de la microficción, “Circo de perros calientes”,
repite la fórmula del subtexto, pero va mucho más allá de la intuición que el
mismo Golla pide a sus lectores; cuentos de largo aliento, tan bien
estructurados, tan cruelmente ejecutados cuando se apela al drama, demuestran
la madurez de un autor al que conocí hace ya diez años, cuando yo soñaba con
publicar algo y no sabía cómo. Lo vi, revisé sus libros, las ilustraciones de
estos, tan profesionales y con un diseño tan grandioso, que me sorprendí al saber
que él mismo los ilustraba, y he ahí que asocié el arte de Golla, que va mucho
más allá de las palabras, y se posa también en lo icónico.
Sería sano
recomendar, a aquellos críticos que afirman que la literatura boliviana está en
crisis y que “no dice nada”, el leer a Golla, estudiar su estilo, explorar su
mundo escrito y dibujado, y no solo leer y opinar sobre los autores nacionales
que publican en editoriales consolidadas o extranjeras, y que ya son casi
extranjeros, porque viven afuera, y sin embargo se promocionan siempre como: “autores
bolivianos en el exterior”.
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