Uno: calentamiento referido al arte de la escritura
Un “amigo” de facebook, dizque letrado, me dijo que un
“escritor bueno de verdad” publica constantemente y tiene la virtud de alcanzar
la categoría de “best-seller”.
Imbéciles así abundan, pensé, y muchos de ellos escriben y
(lamentablemente) publican.
—Momento —le dije a este mi “amigo”—, si publicas todo lo
que escribes, puedes estar mostrando al mundo basura y no algo que valga la
pena.
Como era de esperar, este imbécil siguió discutiendo, y yo
lo dejé así. En realidad no importaba... Importaba más que Jorge Luis Borges,
el papá-militar-abusivo-de-Borges y, mucho antes, la grandiosa Emily Dickinson,
hubieran afirmado que un escritor tiene como destino sacar algo que valga la
pena y dejar a un lado las premuras de la publicación masiva. Un escritor
escribe y deja que su producto vuele, se saque la mugre en el mercado lector, o
sencillamente muera.
Comprendo que publicar algo sea un esfuerzo de tanto los
editores como del mismo autor (ambos arriesgan una inversión que posiblemente
nunca se recupere); pero es mucho más riesgoso hacerlo sin editores, de manera
independiente: nadie te dice si estás por buen camino, nadie te valora, nadie
te festeja, a no ser que sean los amigos o los parientes (que simulan que
siempre nos apoyaron)...
La tenemos difícil los que elegimos el camino independiente,
porque no somos Rulfo para sobrevivir con dos libros tan buenos, ni somos el
vocalista de Azul Azul o ese mojigato apodado “El Papirri” para que nos abran
las puertas fácilmente en editoriales o hasta en los programas-basura que
tenemos en la televisión nacional.
Y teniéndola difícil, sorprende que existan autores que
saquen sus trabajos de manera independiente y que, precisamente por esto,
garanticen un grado de calidad igual (y a veces superior) a los productos
publicados por las editoriales.
Dos: el universo dentro de una bolsa positrónica
Esta sorpresa, como decía, se consolidó hace poco, cuando
terminé de leer la novela de Gabriel Michel (Alias: Gaburah Lycanon) y que
anticipa el auge del Space-Opera boliviano, después de Alison Spedding. Me
refiero a “Praetorian: Días sin luz”.
Urquiola me dijo alguna vez que dejara de leer borradores de
literatura “rara” o “de serie B”, y que me enfocara en escribir y mejorar; pero
bueno, no puedo pues con mi carácter y me entusiasma lo que se produce subterráneamente
en Bolivia: exploración de géneros como los de ciencia ficción desarrollada en
el espacio, de horror erótico o de fantasía al estilo “World of Wracraft”, me
hacen sentir que estamos por buen camino, porque esos son los extremos y deben
también tomarse en cuenta en cuanto a producción literaria.
¿Por qué? Pues porque Philip Dick, Stanislam Lem, Juan José
Arreóla, Mariana Enriquez, Robert Chambers, Isaac Asimov, David Morrell y hasta
Roberto Bolaño, han dotado a los géneros literarios underground de otra faceta
que se concentra en la calidad de lo que se socializa, y no en si sale dicho
producto por editorial Planeta o Random House, y pues, la novela de Michel
ofrece calidad, mucha, mucha calidad, porque cumple también el lema Heinleinano
de mezclar géneros exitosamente; es decir, como recién nacido: lleno de sangre
de matriz y de fluidos etéreos que alguna vez dotaron de dicha al embrión, y
que ahora sirven para mostrar al mundo un rostro digno de atención, y hasta de
miedo.
Así es la tercera novela de Michel, y la primera alejada
temporal y temáticamente de su saga: “El Arco de Artemisa”. Esta vez la publica
de manera independiente, y uno comprende el riesgo y el valor que significa
hacerlo, como encontrar un gato negro, en un cuarto oscuro, y aún a ciegas.
Pero, ¿y de qué trata el presente libro?
Comienza como una novela postpunk a lo Philip Dick, en la
cual se describe un contexto enfermo y cansino del futuro, casi calcado del que
se ve en “Blade Runner” (la película que, al parecer, salvará a Ridley Scott
del olvido); tal inicio presenta, de manera magistral, a Jean Paul Reveillere,
el protagonista: una especie de Jean Valjean amoral pero vulnerable, como todo
ser humano debe ser.
Y así, la historia de Reveillere sigue un ritmo desenfrenado
y no duda en presentar personajes secundarios tan importantes e interesantes
como él, y mientras los hechos se deslizan como espada de Harakiri dentro de
vientre del lector, nos topamos con la novela-homenaje-literario que tanto
buscábamos los que gozamos con películas y libros “de serie B”: Heinlein,
Asimov, Niven y Bradbury se perciben en las páginas que escribió Michel. Guiños
directos a novelas como “Starship Troopers” y “Velero N° 5” (el “Anomalocaris”,
una nave espacial que aparece en la novela varias veces, es un homenaje directo
a las naves futuristas, descritas por Heinlein y Vance en sus obras cumbre), a
juegos de computadora (“Starcraft” y “Lara Croft – Tomb Raider”), a series
(“Saint Seiya” y “Dragon Ball”), y a películas (“Alien”, “El Quinto elemento” y
hasta “León: el profesional”), son parte decorativa y hasta semántica de este
universo de novela.
¿Estamos ante una parrillada de referencias hechas libro?
Pues no, Michel hace trotar al lector dentro de la historia de Reveillere, Kat,
Repina, el virus y otros, con un ritmo envidiable, al menos hasta aquel
capítulo de infarto en el que se ejecuta a un “personaje divino”, y con una
frase de despedida tan perfecta, como las que dice el más sádico “Terminator”
de los ochentas.
Grandiosas escenas de acción, y lo mejor de todo, un final
como para adaptarse a la gran pantalla, hacen de “Praetorian...” un cóndor
hambriento, y de nosotros, los pobres lectores, unas ovejas lentas y enormes en
medio del altiplano: no hay donde esconderse.
Así, al cerrar el libro, supe que no hace falta ser
“Best-seller” o publicar cada año algo nuevo, como si eso tratara de ser el
objetivo del escritor, porque, como me dijo Miguel Ángel Gálvez en una
entrevista (y me atrevo a citarlo, porque es una voz de autoridad, un amigo y
maestro): “El deber de un escritor no es publicar textos en cantidad, sino
publicar textos que merezcan ser leídos. Publicar textos mediocres cada dos
años no tiene ningún mérito. De hecho, creo que muchos autores actuales publican
demasiado. Tienen diez libros, de los cuales solo uno o dos tienen algún valor.
Ese es un pésimo récord (...) Yo haría una analogía con el boxeo: los textos
fracasados, como las peleas perdidas, no cuentan a tu favor. El reto es
permanecer invicto”.
Gabriel Michel muestra al mundo su nueva novela y lo hace
ganando por nockout. Está invicto y lo mejor de todo, a través de esta
iniciativa independiente.
Así que a seguir escribiendo, Gaburah, que nadie diga miedo.
Ah, y antes de leer el libro:
¡Sean bienvenidos al Anomalocaris, cabrones!
(Fuente de imagen: Portada del libro; este prólogo abre el libro)
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