Antes de que esta ceremonia adquiera el barniz solemne de las notas de un piano y de que una voz de barítono forzado irrumpa el entorno con sus melodías ajenas a mis gustos por Silencer, Stalaggh o Bad Bunny, tengo algunas cosas que decir sobre el arte de la escritura, el cómo a veces nos hermana, y sobre la última novela de Gaburah, que hoy se presenta.
No hay novelas que uno pueda
escribir a lo largo de su vida, solo hay una y está dividida en varios tomos,
si es que llegamos a publicarlos todos.
Uno escribe únicamente una
novela.
Mis novelas son una en su
conjunto: el horror está aquí, parecen decir, de cualquier modo, bajo cualquier
forma, el horror en lo cotidiano está aquí y no se irá rezando al niñito Jesús
ni viendo entrevistas con el tío Stephen King.
La novela de toda la vida de
Rodrigo Urquiola es el crecimiento de los dramas humanos vistos por un narrador
sincero y atento que, de paso, sea bolivarista; la novela de Quya Reyna es la
aymaridad, su historia, su evolución; es decir, el aymara frente a la vida y
por sobre la esencia de la humanidad.
La novela colectiva de Jaime
Nisttahuz es el culo femenino, sus recovecos, sus pliegues, su sabor y su
sentido de atracción hacia el hombre, así como la novela única del francés
Victor Hugo fue el designio del hombre frente a los dilemas de la existencia, y
como la novela que siempre escribirá Adrián Nieve será sobre lo improbable que
es poder escribir algo decente en lo que la obesidad le permita vivir.
Y llegamos a la novela única,
colectiva, definitiva de Gaburah, que es la imposibilidad del amor como un
ideal verosímil, como un fin en sí mismo. En la saga “El Arco de Artemisa”, en
“Praetorian”, inclusive en “Quasar”, el amor está a la vista de sus personajes,
pero es tristemente inalcanzable, y si por alguna suerte se lo llegara a tocar,
a poseer, a habitar, esto significa algo siniestro y seguro: será el inicio de
las consecuencias que golpearán a los protagonistas como con “el odio de Dios”,
parafraseando a Cesar Vallejo. Gaburah parece decirles a sus personajes que
tienen al amor cerca: “Ve, toma esa teta, lame ese culo, descarga lo que tienes
guardado tanto tiempo”, en tanto alista su mazo como si fuera el gato Tom,
preparado para asestar en el Jerry incompetente que es el personaje que ha
creado, el golpe más fuerte imaginado por Gene Deitch, cuando era joven, viril
y cruel consigo mismo.
Eso nos hermana a los escritores,
aunque no lo sepamos del todo: El tema central que encontramos y replicamos y
repetimos hasta el cansancio, el tema que esculpimos en nuestros delirios creativos,
y que nos acompaña hasta en el momento en que decidimos dejar de escribir,
cuando nos sentimos frustrados un jueves en la Feria de la 16 de Julio,
esperanzados por vender algunos de nuestros ejemplares y así salvar nuestra
precaria situación: el tema, ese tema que nunca nos dejará en paz, porque lo
amamos más que a nosotros mismos.
En “Corazón de metal” encontramos
al amor imposible de Gaburah, pero no como en sus anteriores publicaciones;
este amor imposible roza lo poético en varios momentos, acompañados por el
drama, la pertenencia, el malestar de existir en una sociedad tan dividida y
forzada a apoyarse en los complejos, y sí, también está la música, los estratos
de los metaleros en La Paz, en un estudio tan exacto como irónico: somos la
aldea de los pitufos y todos nos queremos culear a la pitufina que llora con el
“Búuu Búuu” más sincero por ser onomatopeya que por ser llanto.
Sus personajes parecen repetirse,
el varón realizado, con bíceps, tríceps y cuadritos de lavandería en el
vientre, actitud de badass y cejas prominentes, el Homero Simpson imaginado por
el señor Burns cuando se enamora de Marge y ella lo menciona; la mujer
desamparada, casi pateable, que llora cuando ve una hoja de árbol desprenderse
en otoño y si hay un ventarrón se vuela, la típica Olivia de Popeye, con voz
quebrada de Wendy de El resplandor y que no se apellida Condori ni cagando,
como siempre ha estado ocurriendo en las novelas de clasemedieros que
desprecian lo cholo o lo ignoran, total, todos odian a Evo, Evo es cholo, todos
los cholos deben ser como ese cojudo... ergo: los ignoraremos; también están
los amigos NPC que parecen haber salido de Vice City, GTA San Andreas o de los
Sims, con diálogos oportunos e intervenciones detalladas: todo el combo; sin
olvidarse, claro, de los malos, que aparecen de rato en rato para ser golpeados
por el protagonista, tan noble y metalero.
Pero, pero, pero, el
protagonista, Arturo, a pesar de sus elementos estereotípicos, resulta siendo
un hombre arquetípico, un buen tipo, una persona con defectos, virtudes, deseos
y, sobre todo, miedos: un muy gran personaje; lo mismo pasa con Sibyl, que no
se apellida Condori, ni Titirico, claro, y tiene ojos verdes y piel blanca y
voz de nena, pero que también tiene una esencia digna de las heroínas de
Dostoievski: en su tragedia logra sacar el valor y la fortaleza, únicas de las
personas reales que saben que no serán bendecidas con la suerte de milagros por
parte de terceros; quizá es más insufrible que Arturo, lo acepto, pero resulta
transmitiendo en el lector un sentido de admiración y nobleza pocas veces
sentido en otros libros.
Sé que esta obra fue trabajada
por mucho tiempo, resultado de varias lecturas que hizo Gaburah y que, tras la
pandemia, logró ver algo más del suceso, algo que pocos han visto hasta ahora:
la pandemia fue un acontecimiento del que pocos se han recuperado, sea de
manera física, como espiritual. Esto, sumado al argumento, a la esencia de la
historia de “Corazón de metal”, hacen que este trabajo se convierta en uno de
los bastiones de la obra completa de Gaburah, uno de sus pilares más sólidos,
un tomo relevante, mayor, de su novela única.
Y para quienes esperan un gran
final, un final épico, decirles que es uno de los mejores que he leído de la
pluma de este cuate; la epicidad no solo se apoya en batallas impresionantes o
en explosiones funestas, sino en la grandeza de sus personajes, en su
humanidad, en su valentía y en su temple frente al caos.
No me gustan las presentaciones,
las odio con todo mi corazón de perro negro alteño, las odio porque mucha de la
gente que promete ir, no va, y quienes vienen son completos extraños, cuando
vienen, claro, y además uno debe estar con cara de buen tipo y no sucumbir a meterle
un quecazo al amigo de tus amigos, ese que se siente intelectual por lactar
becas en Brasil o México y chuparle el pito a Enrique Dussel o Aníbal Quijano;
odio las presentaciones, en serio, rechazo la mayoría de invitaciones que me
hacen y no es por hacerme el lindo o el más feo que un mal sueño, creo que la
literatura es un acto privado y cómplice entre el lector y el trabajo del
escritor, no involucra al escritor; así que les rogaría que acepten este acto
comprando esta gran novela, sin miedo, sin hacer caras ni nada por el estilo.
Esito sería, ya no pierdan más
tiempo conmigo, métanle duro a la lectura, pero cómprenla antes, COMPREN ESTE
LIBRO. Es una orden.
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